Opinión

Pío Cabanillas: memoria de un hombre ejemplar

Acudir al auxilio de la memoria implica riesgo de que nos devuelva recuerdos difuminados por el paso del tiempo; hacerlo para evocar al mejor amigo, perdido de forma tan prematura como inesperada, abona el terreno para abandonarse a las emociones por encima de la plena objetividad.Eso ocurre comúnmente, aunque hablando de Pío Cabanillas Gallas existe general coincidencia al valorar la calidad humana que adornó al personaje a lo largo de su fecunda trayectoria vital; de su respeto por los adversarios, en quienes nunca dejó de ver valores por duras que fuesen las diatribas en el fragor de la actividad política; de su envidiable y permanentemente despierto sentido del humor, y de una infinita sabiduría que abarcaba las más dispares disciplinas y enriquecía las más variopintas conversaciones. Por encima de todo, siempre fue un señor.

Pío Cabanillas fue, además, hombre de un talento natural extraordinario, que acompañaba con tesón y gran capacidad de trabajo, de forma que se hacía difícil seguir el ritmo que imponía a la actividad cotidiana. Imprimía fe a los proyectos y a las ideas que acometía, aunque llevasen consigo considerables dosis de utopía, al mismo tiempo que se negaba a hacer concesiones a lo absurdo. Eso hacía que pudiese llegar allá donde se proponía mientras otros se rendían por el camino. Su inagotable ingenio para salvar cualquier imprevisto, ha dejado para la historia una retahíla de reflexiones y sentencias que retratan al admirable personaje. Esta faceta suya es el nexo de unión de un grupo de conocidos periodistas de distinto signo, que con la complicidad y colaboración de su hijo, Pío Cabanillas Alonso, se dedican con admiración a recopilar, intercambiar y difundir, el rico anecdotario que coronan una vida ejemplar.

Su dolorosa y anticipada desaparición –hace pocos días se han cumplido 21 años, cuando contaba con 68-, supuso una irreparable pérdida, porque la innata vocación de servicio y la clarividencia política, hacían esperar de él todavía muchos servicios y páginas brillantes para la historia de este país. Con todo, su expediente profesional y político quedó atestado de iniciativas decisivas: fue personaje clave en la transición política, aun cuando para entonces ya había dejado su impronta en el impulso del turismo en España, hasta el punto de que acabaría convirtiéndose en la primera industria del país. En la decisiva etapa del acceso a la democracia, su papel fue crucial, pues estuvo en medio o detrás de las grandes decisiones tomadas entonces para llevar a buen puerto tamaña empresa. De hecho, tengo la íntima convicción de que de vivir hoy, Galicia sería más madura políticamente y dispondría de un marchamo propio que le conferiría mayor solvencia en el concierto estatal.

Si hablamos de Ourense, su mano estuvo detrás de numerosas iniciativas y logros que contribuyeron a poner a esta provincia en la senda del progreso; baste señalar que la Comisaría de Policía, entonces ejemplo de vanguardia en instalaciones y tecnología, y hoy todavía muy por encima de la categoría de la ciudad, fue fruto de un empeño personal durante su etapa como ministro de Justicia.

En fin, el ejercicio del recuerdo hace que reverdezcan el sentimiento de orfandad frente a la ausencia, para con quien fue “bo e xeneroso”, sin regatear nunca un esfuerzo para los suyos, su familia, los amigos y el país, a través del ejercicio de una actividad tan apasionante como la política, que él dignificó a base de aplicar una altura de miras difícilmente repetible, incluso con el tiempo transcurrido que nos ha traído hasta aquí. Ha sido, es y será un ejemplo.

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