Opinión

Ladran, luego nos amamos

Las bodas de hoy no son como las de antes. Antes eran bodas de cuento de hadas, de comer perdices, de cine de barrio. Incluso bodas de sangre. ¿Qué digo incluso? Antes era puro bloody Mary. No por lorquianas sino por teológicas: ¿Una boda? ¡Un cristo más y una virgen menos!, se decía. Y era cierto. O había trampa. 


Ahora es todo más incruento. Virgos solo quedan los de agosto y los cristos se envuelven con mortajas. Ya no sangran. Tampoco ya nadie se casa de penalti. Ni por lo forestal. Ni apremiado por una recortada. Cuando lo hacen ya están hartos de conjugar el verbo eterno. Ya conocen de sobra el Kamasutra, los 50 gatillazos de Grey y el misionero. Y la postura del lavavajillas. La mayoría ya vivían juntos. Eso es bueno. Así en la luna de miel no tendrán por qué recriminar holguras, ni reprochar diámetros.


Iliana y César se casan. Y me encargan decir unas palabras. Seré breve, para que al menos parezcan menos malas: no os abandonéis ambos a lomos del rocín de la rutina, os criticarán por confiados. Tampoco debéis hacerlo de uno en uno, resultaría aún más aburrido. Cabalgad cada cual en vuestro propio pura sangre. Pasad del qué dirán, que lo que quiere ese fisgón es veros llevando del ramal a la ilusión que hoy os anima, o sino con la bestia del hastío a las espaldas. Cabalgad a vuestra bola. A horcajadas o a mujeriegas, poco importa. El caso es que vuestros caminos no se crucen nunca. Que vayan siempre a la par. Que dos siempre verán mejor que uno del camino polvoriento las celadas. 


Si lo preferís, ya que César es aviador, vivid a vuestro aire. Sed pilotos de vuestra propia vida. Volad lejos, alto, rápido; a cualquier lugar, en cualquier momento, a cualquier hora; pero hacedlo por placer, como si en verdad el dinero no os hiciera falta. Amaros siempre, como si nunca os hubieran hecho daño. Y bailad con las nubes y los pájaros como si nadie os estuviera controlando. Tened en cuenta que la felicidad está en las vicisitudes de la ruta, no en el aeropuerto de destino. Y si algún día os acosan las tormentas de la duda, subid más alto, hasta donde resplandezca el sol de la franqueza. En el amor siempre es pronto para refugiarse en otro aeropuerto alternativo. 


Tempus fugit, decían los clásicos. Como las nubes, como las naves, como la sombra. Nadie puede detenerlo. Pero sí aprovechar cada minuto sin dejarse seducir por un horizonte incierto de promesas. Somos el anhelo de lo que perdimos: ¡imaginaos qué tristeza si algún día tuvieseis que admitirlo! Por eso, vivid con intensidad el día a día. Olvidaros del mañana. Carpe diem. Recordad que la felicidad tiene solo dos secretos: el primero, que al igual que el punto G, está dentro de uno mismo. El segundo secreto es que la felicidad no tiene ningún secreto. 


 Ya termino. Recurrí a Gracián, plagié el cuento del Conde Lucanor, cité a Horacio y me perdí en disquisiciones a lo Paulo Coelho; solo me resta emular al insigne caballero de la Mancha. Si os critican, deciros a vosotros mismos: ¿Ladran?, luego nos amamos.
 Y ahora sí, contadlas si queréis, tan solo tres palabras: Dadme nietos ya. ¡Vivan los novios!

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