Opinión

¡Qué me miras!

Son las 08:30 a.m. Las estrellas se apagan en el rescoldo una ciudad todavía somnolienta. El horizonte es un aprisco de nubes cenicientas que huyen, se hacinan, se encrespan barruntando la aurora. Las calles se van desperezando entre el estertor de los motores y los bostezos. 
 Aparco junto al mar. Miles de borreguillos de blanca espuma triscan por entre las olas verdinegras. Me miro en el retrovisor. Y me acojono: mis párpados son dos alas de murciélago sobre mis ojos tumefactos. He pasado la noche sin dormir. Me pretendes, y he querido saber dónde te metes. 

Te he seguido. Te he visto, pasada de copas, saliendo de un restaurant. Os subisteis a un coche y os fuisteis a toda estridencia tú y tus amigas. Alguna sin abrocharse ni siquiera el cinturón. Me parecíais felices. Por eso me sorprendió verte después haciendo autoestop en aquella curva mal iluminada. Una buscona, pensé. Imaginé que nadie te pararía a aquellas horas. Pero enseguida me adelantaste de paquete en una potente motocicleta; pude ver tu gesto burlón en la lijada que me metisteis al pasar. Volví a encontrarte en la discoteca; compartías risas, rincón y cocaína con una gente muy guapa. Hasta el culo estabais. Me fui.

Deambulé por la ciudad. Diciembre invita a la parranda. Y al marisco. El Puerto estaba a rebosar. Reuma, artritis, frío, madrugones. Pescadores que fumaban y tosían mientas baldeaban la cubierta de sus barcos. Insomnio de mil miedos atrasados. Olor a redes tristes. También vi camioneros con sueño, y con prisas, y con atrasos. Y también andabas por allí. 

Terminé en un barrio de atrezo y tolerancia, entre caretos pintarrajeados, dientes renegridos, muecas de asco, labios descolgados por el vicio y el alcohol. Proxenetas. Confidentes. Permisos carcelarios. Meretrices. Opalescencias de sida y hepatitis. Venus Victrix: allí estabas recostada en un portal, con tu rictus insondable de madame.

Camino de vuelta a mi tristeza. Los coches se olisquean lujuriosos en los semáforos. Una adolescente cruza incrustada en su smartphone. ¡Por qué poco! Taxis, buses, bocinazos, carga y descarga, doble fila. Navidad. El consumo es la Talidomida atrofiante de este siglo. El mundo eructa CO2. En la acera arden las luces de un coche de bomberos. Alguien ha dejado una estufa mal cerrada. Octogenarios al parecer, vivían solos. Entro en una cafetería. Pido uno con leche muy caliente y un periódico. Hago como que leo las noticias. Siria. Los refugiados. Los bombardeos de Occidente. Israel y Palestina. La yihad. Otra vez tú y tú sonrisa de guadaña. 
 Eres la muerte. Nadie te reconoce, pero estás en todas partes ¡Qué me miras! 

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