Opinión

Mi nombre es Ejo, Villar-Ejo

Aquello no era chocolate a la taza, era el Estrómboli; humeaba como si lo hubiesen calentado en el infierno. Pero el obispo, glotón, para espanto de los allí presentes, le arreó dantesco latigazo. Compuso muecas imposibles, lagrimeó, bufó, gimió como de parto, y lo peor: horrísonos, como diablos exorcizados, se le escaparon dos cuescos: “Redios -se disculpó su ilustrísima-, ¡al menos éstos se salvaron a la que ma!” (continuará).

Hay que ver, de ahí la historieta, lo bien que manejan la hipertermia los presuntos indecentes. Cómo saben enfriar el ambiente y atemperar el azufre del infierno mediático cuando son pillados infraganti. Hace unos meses se lo decía la Ferrusola a su marido: “Tranquilo, que esto se olvida”. “Tranquil, Jordi, tranquil”, le había dicho ya el rey emérito (y botsuano) cuando lo del 23-F. Después él cometería el desatino de pedir disculpas: “Lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir”. Así le fue. “Tranquilidad... Luis, sé fuerte”, le mensajeó Rajoy al Bárcenas por lo de la contabilidad en gris que se llevaba, sin su conocimiento, en el partido que preside. Éste que no se enteraba entonces de las finanzas de PP, y que ahora dice que lleva con la gorra la economía del país. ¡Tranquis!, “bié jin zhang!”, dicen los chinos, que nos aconsejan sentarnos en el portal de casa sin decir ni pío, hasta ver pasar las exequias del enemigo.

Estoy seguro que todo esto lo sabe de sobra Pedro Arriola. Cómo no. Ese láulico asesor del presidente y el machaca legítimo de Celia Villalobos, la ludópata pasota: Tú como si nada, le habrá dicho, esta panda de mongoles se olvidará en cuatro días de lo del Ipad. Y si no, otro escándalo vendrá que el tuyo enfriará. O algo más o menos parecido.

Meu dito, meu feito (“dicho y hecho”, para los que no habléis la lengua de Valle-Inclán): Ejo, Villar-Ejo, nuestro castizo agente 007, azote de los malotes, orgullo de los servicios secretos hispanos, con voz de chulo de putas y maneras de Anacleto (y de cateto) se lo decía el otro día a Ignacio González, el del ático atávico (por lo que tiene de tradicional el latrocinio para conseguirlo): Hay que enfriar el asunto, “contar una historieta, tirar balones fuera y ya está”; “en lo que a mí respecta somos troncos”. Que xente, meu Deus!, como diría mi madre. Va a resultar que Torrente es un fenómeno. Lo malo es que este segundo Amedo, además de tener pistola, ha de tener licencia para disparar secretos. Que medo!

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