Opinión

Querida mujer, dos puntos

Querida Ángela Merkel: Me gusta tu sonrisa, tu mirada, tu forma de escuchar. Incluso tu áspero acento teutón no me suena a afección de la garganta. Me atrae el hecho de que no lleves bolso, de que no uses rímel, ni colorete –Rajoy se pasa mucho con los tintes- ni te embadurnes los morros como la Kirchner u otras primeras damiselas de medio pelo. Me seduce tu sencillez, tus zapatos de monja, tu peinado a lo garçon. Considero que a tus trajes de chaqueta tan solo les sobran los botones. Me pones, Ángela. Perdona el atrevimiento.

Debo tener complejo de Edipo porque, a la vez, me inspiras la seguridad y la confianza de una madre. Eres paciente, trabajadora, sabia, coherente. Sabes defender tus valores y te muestras tal y como eres. Lo que piensas, lo que dices, lo que haces, guardan la sintonía de una partitura de Beethoven: Semanas atrás una niña palestina rompió a llorar en tu presencia. Tú no fuiste la causante, tú le dijiste la verdad: “Si dijésemos a todos los refugiados ‘podéis venir’, la situación sería insostenible”. Nunca has confundido efectividad con afectividad, cortesía con firmeza, valentía con buenismo. Y así, en la cansina -que no canina- negociación con los griegos, lejos de enseñar los dientes de tu poderío económico has tenido la deferencia de servirle el agua –y el pan- al descamisado de Tsipras, de escuchar sus cantos de sirena, de aguantar sus desplantes y referéndum de gobernante advenedizo y caprichoso.

Estos días tuviste que salir de nuevo a la palestra. Aylan, el niño sirio que nos anegó de pena el corazón, con su imagen de patito lindo varado en la playa, sediento de vida, bebiendo a sorbitos la hiel y el vinagre de un mar indiferente, inundó también los diarios y telediarios de medio mundo. Pero solo tú Merkel –siempre Merkel- te remangaste ipso facto la pernera y te pusiste manos a la obra. Una cosa es la austeridad -por la que abogas- y otra el desarraigo, la miseria, la injusticia, la falta de libertades, que abominas. Tu país recibirá este año 800.000 refugiados, concederá asilo político a 400.000, reformará el derecho de asilo para hacerlo más ágil, construirá más centros de acogida, destinará fondos para enseñarles alemán, involucrará al gobierno central, a los länder y a los municipios. Y tendrá “tolerancia cero” con quienes se muestren belicosos con los extranjeros. De los países que no aceptan refugiados, porque son musulmanes, no aceptaste las excusas: “La dignidad de la persona está por encima”, les dijiste. Y hasta la Iglesia -por fin- balbuceó no sé qué de acoger a una familia por parroquia. Dos (2) en todo el Vaticano. San Pedro echado por la ventana.

Los húngaros -zíngaros, zánganos, saltimbanquis que han pululado por medio mundo-, cierran ahora sus fronteras a los apátridas errantes. La ONU, como siempre, obnubilada. Qué distinto sería si huyera –un suponer nada impredecible- el pueblo judío a causa de una guerra. Separarían los mares en Boeing 747 y los recibirían con palmas, vítores y hosannas de pueblo santificado. De los políticos de mi país, que besan niños en las elecciones, cacarean consignas vacías y recrecen con cinismo las alambradas fronterizas, tan solo te digo que te siguen a años luz, apoyándose en las muletas de su falta de cojones. Hasta tú tuviste que mandarle un recado a Mas, el catalán que vale menos. A tu lado se me antojan inútiles hasta para donar sangre. Mejor que no lo hagan, no vaya a ser que la mediocridad resulte contagiosa.

Un beso debajo de la nariz, querida Ángela. Que tu esposo me perdone. O que te cambie por tres de quince. Saldré ganando.

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