Opinión

El Sil pizarroso

La cuenca del Sil sorprendió a aquel joven universitario. El trazado del tren en que viajaba ilusionado a León le mostraba un territorio nuevo y enigmático. En su imaginación a corto plazo no pensó en que cuarenta años después lo haría a pie por el camino de Santiago. Tras cruzar las auríferas Médulas y descender a Puente de Domingo Flórez, último pueblo berciano, el grupo de Antiguos Alumnos USC se arma de valor para enfrentarse al calor que les esperaba a aquella hora de la sobremesa. 

La luz septembrina del suroeste iluminaba un paisaje cegador conjugado de agua, árboles y pizarra. La ruta de invierno está bien señalizada con flechas amarillas pintadas sobre las piedras. Antes de bajar al borde de la vía ferroviaria, un elevado mirador descubre la abierta inmediatez del río que aporta el agua al afamado Miño. Entonces contemplamos cómo pasa el convoy Arco hacia la tierra de los Panero y Julio Llamazares. Aquel estudiante de antaño se vio dentro del tren, cuando su vida era ilimitada y se abría a los goces juveniles. Los sentimientos enfrentados entre el espacio y el tiempo, las luces y colores a la vista, consumaron la nostalgia.

La industria del mineral se asienta sobre la margen izquierda, mientras que por la derecha circulan los raíles y por arriba anchea la senda de tierra, con subidas y bajadas que ya nos cargaban las piernas. Las escasas brisas llegan recalentadas más aún a nuestras caras, padecimiento que aliviamos con las fuentes providenciales de agua fresca, transparente y riquísima. En la de Pumares hablamos con Manuel, natural de Forcarei, pero se casó aquí y ya se sabe. 

Erlindo nos cuenta que en invierno quedan unos quince vecinos, cuando ya se marchan los que emigraron a Madrid y Barcelona. Vemos casas de piedra y madera, algunas en venta, y fincas cerradas con cinta de la extinta Caixanova. Callejas y plazuelas donde el reloj se ha detenido hace tiempo, amén de algunas vecinas sentadas a la puerta o en galerías y balcones que nos dan las buenas tardes. Qué abismo insondable hay entre la vida en los pueblos y las ciudades. Y la despoblación en la España interior es aún mayor. Al llegar a Sobradelo las piraguas adornan el cauce del mítico Sil pizarroso y ferroviario. Ya es hora de descansar y celebrar el final de la etapa luego de treinta kilómetros caminados.

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