Opinión

Veraneo

La ciudad de Ourense está ahora llena de ex veraneantes, a pesar de la crisis que nos embarga. Hay personas que han practicado el ‘camaleonismo’ veraniego, el tropicalismo congoleño que se ha puesto de moda en los últimos años. Mientras los negros quisieran volverse blancos o morenos, los blancos se tuestan al sol para africanizarse la piel. Claro que ese afán de pigmentarse la piel es porque se considera posiblemente como un lujo, como una elevación del nivel de vida de nuestra clase media.


En realidad, ciertas personas procuran ‘amulatarse’ para presumir en las terrazas de la calle del Paseo de su morenez. Para apabullar con su pigmento a los amigos y amigas que en el último momento no se decidieron al viaje, entre otras razones por falta de confianza en su cartera. Ahora, en estos días, nos encontramos al ex veraneante en su pequeño mundo ourensano, junto a la barra de una cafetería haciendo uso de los incómodos taburetes que hay al efecto para sentarse, si bien sosteniendo el equilibrio correspondiente para no caer de bruces al suelo del establecimiento.


Es el ex veraneante modesto, el de los quince o veinte días de permiso que ha buscado el litoral más próximo o bien un pueblecito de la provincia. Este ex veraneante despliega precisamente su fecunda fantasía para contarnos las delicias del campo. Nos habla del sueño tranquilo, arrullado por esa música zoológica en que se armonizan los ladridos con los cacareos, los mugidos con el zumbar de las chicharras.


Según el moreno ex veraneante, sus vacaciones transcurrieron en una aldea tranquila, lejos de los molestos ruidos de la civilización y de la luz fluorescente. Donde las moscas amenizan la siesta con su afán de pasearse sobre la piel y el olor a estiércol sustituía con ventaja al de la gasolina quemada de la ciudad.


Según nuestro pigmentado amigo, ha vivido unas semanas en plena égloga virgiliana. Lo cierto es que viene cansado de no dormir, con el intestino hecho polvo por el cambio de aguas, con la piel picada de los mosquitos, pero contento.


Y no digamos nada de esa pareja que ha cambiado su casa confortable de nuestra localidad, por un hotel en la costa, sino por una tienda de camping. Es decir, por una especie de campamento de gitanos, con tiendas nuevas y colchonetas al aire. ¡El poder de la moda! Se llega incluso a pescindir del hogar aislado y confortable, con todos los adelantos de la civilización, para buscar deliberadamente las incomodidades de la tribu. Pero también estos cuentan, y no acaban, de las delicias del camping. Aunque entre sí hablan de que para otro año no los cogerán bajo la lona. ¡Donde esté la comodidad de una habitación con baño o ducha que se saque todo lo demás! Por último, algunos ex veraneantes nos dicen que ya nos hablan por signos en las carreteras, en los estancos, en los garajes y en los talleres. Llevan unos colores como banderas de embajada en los suelos de los circuitos. Sin duda, la mejor expresión del sentimiento patrio es, desde luego, una bandera; que no dice palabras, sino muestra colores rehabilitados. Por todas partes, anagramas o signos condensados. Si seguimos así, a no dudarlo, vamos a volver al ‘tantán’ de la selva o al telégrafo de señales.

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