Opinión

Canto a los heterodoxos

La aventura vital protagonizada en este país nuestro por aquellos a los que se ha dado en llamar heterodoxos porque basaron el principio de su existencia en nadar a contra corriente de todos los demás, es en general y salvo muy escasas excepciones, una aventura amarga y sus protagonistas responden al desventurado perfil del corredor de fondo en busca de un objetivo que nunca llega y que remata en un final trágico y además sin grandeza. Un final oscuro y sórdido de olvido y desamor cuya única virtud sería el reconocimiento -y no siempre- de los siglos venideros cuando el interesado ya no se entera de nada porque lleva un siglo criando malvas.


Es por tanto la nuestra una tierra de pobres locos de atar empeñados en alancear molinos y atravesar odres de vino a estocadas. Somos hijos de la pasión pero también lo somos del llanto, cerriles, empecinados, adoradores de nuestra propia desgracia y condenadamente duros de mollera, virtudes todas ellas que conducen a la ruina con carácter infalible y que han acompañado a sus mejores hijos en todo tiempo y lugar. Especialmente, a aquellos que son fieles a un principio de libertad que no les permite hipotecar su razón y les impide pactar con nadie. Les hace también desagradables para el resto y les torna vulnerables Esos son los que corren más peligro y los que acaban peor. La lista es interminable.

Se ha incrementado estos días con un amortajado en vida como Leopoldo Panero, desgracia en carne viva y ente sombrío como la conciencia insobornable del orate.

Pero Panero y familia -cuya azarosa vivencia en los límites de la razón ofreció incluso el argumento de una película también descarriada como “El desencanto” de Jaime Chávarri- no es el único en esta saga que siembra de mártires cualquier siglo nuestro. Panero se ha pasado más tiempo encerrado en un manicomio que en la calle, y además de despojo viviente chupado y enfermo como su propio y eterno cigarro en la comisura, era un poeta febril y genial que tenía la malvada virtud de no gustar a nadie. Yo, cuando pienso en heterodoxos aperreados y molidos a palos siempre pienso en los que Fernando VII persiguió a sangre y fuego, encarceló o mató por las buenas. Mariana Pineda, Lagasca, José Blanco White, Moratín, Mendizábal, Torrijos, Riego… Pero de estos pobres tentetiesos buenos y honestos los ha habido siempre. Para nuestra desgracia.

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