Opinión

Disparate a disparate

Dos equipos de fútbol españoles se dan cita en un recinto deportivo que no es neutral para disputar un trofeo que ninguno de los dos equipos parece desear a juzgar por el comportamiento de sus directivas y sus aficiones. Esas mismas aficiones obsequian al donante del mencionado trofeo con una pitada que alcanza la misma intensidad en decibelios que la salida de un gran premio de Fórmula 1 y que estalla precisamente cuando suena el himno de la nación a la que pertenecen y cuya copa dirimen. El ámbito es tan extremadamente incongruente y tan rematadamente necio que las naciones de la Europa civilizada deben preguntarse a la vista de semejante espectáculo, qué se puede esperar de unos españoles que quieren equipararse a los países financieramente más equilibrados del continente y que para ello votan como los políticamente más inestables, y que abuchean a sus símbolos y a su rey. Naturalmente, no dan crédito a lo que ven y están planteándose probablemente qué hacer con nosotros. Nada bueno, sospecho.

Los europeos en general gozan de gobiernos estables de puro aburridos hechos por gobernantes que salen poco en los periódicos, que cuidan de las economías sin estridencias. No dan bandazos y sobre todo, no le montan un espectáculo bochornoso a su jefe de Estado y a su bandera. No lo hacen los británicos, los holandeses, los franceses, los alemanes, los suecos, los noruegos, los suizos o los austriacos. Tampoco los italianos o portugueses, y ni siquiera lo hacen los belgas cuya división en dos comunidades distintas y no siempre conciliables es de todos conocida.

Ninguno utiliza en sus desplazamientos al fútbol banderas nacionalistas ilegalizadas como el caso de la estelada a la que la policía autonómica catalana debería retirar de las gradas de los campos de fútbol procediendo de oficio, si bien preside en muchos casos sus ayuntamientos. En definitiva, estamos ante un país sin arreglo, tenebrosamente viciado por un pasado que muchos de sus habitantes se niegan a enterrar, y jugándonoslo todo a un futuro imperfecto sin una fórmula mágica capaz de acabar de una vez con este dramático cisma que nos ha originado este escenario de permanente y dramático desasosiego. El fútbol no es otra cosa que un elemento más a sumar a este trágico, funesto y eterno desconcierto.

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