Opinión

Las enormes dificultades

El descubrimiento de la trama corrupta de Valencia que la Guardia Civil está comenzando a desentrañar, no solo vuelve a mostrarnos los estragos de una práctica vergonzosa y desgraciadamente frecuente en un país situado hoy para nuestra desdicha entre los más corruptos de Europa, sino que complica extraordinariamente un proceso político que parecía salir del banco de arena en el que amenaza con permanecer encallado. El proceso de desbloqueo inspirado en un gran pacto de gobernabilidad parecía contar con el apoyo tácito de un amplio sector del socialismo que aspira legítimamente a apaciguar el campo y que no estaba en ningún caso por la labor de respaldar los desvaríos de Pedro Sánchez. Ese PSOE tradicional y comprometido con los principios que sirvieron para fundar el partido en los sótanos del restaurante Labra, ni quiere ni puede alentar idearios secesionistas ni está para introducir en el contexto de la política nacional elementos extraños que pongan en peligro el equilibrio político nacional y constituyan de paso una seria amenaza para su propia continuidad. El ejemplar don Pablo Iglesias, cuyo esfuerzo, trabajo y dedicación sirvieron para fundar el partido, era un hombre recto y espartano en sus hábitos cuya lealtad a su país estaba fuera de dudas. Fue también leal con la propia Corona con la que no tenía afinidades pero a la que siempre se enfrentó con la verdad por delante y a la que nunca jamás traicionó, y estuvo comprometido con la unidad territorial tanto como con su exquisito concepto de la honradez, su venturoso sentido común y sus hechuras de hombre de Estado.

En estas circunstancias y con un nuevo escándalo de corrupción sobre la mesa, los esfuerzos de esa fracción socialista que desea entenderse con las fuerzas constitucionalistas como en su día se entendieron admirablemente y por encima de intereses personales Cánovas y Sagasta –su acuerdo tras la muerte de Alfonso XII procurado en nombre del rey difunto por el general Martínez Campos cerró la puerta a veleidades gubernativas que pusieran en peligro la estabilidad del país y la corona de doña María Cristina- choca con obstáculos muy complicados de orillar. Salvo que se substancie partiendo de un principio compartido que exige renuncias mutuas y mucha generosidad colectiva e individual. Es decir, partiendo de cero. A lo mejor por ahí debería ir la cosa. No hay mal que por bien no venga.

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