Opinión

El gordo y el flaco

He leído por ahí que el estado de Utha, uno de los territorios de la Unión en los que es menos frecuente la aplicación de la pena capital, ha sometido a los miembros de su parlamento local la necesidad de recuperar el fusilamiento como fórmula para ejecutar a sus reos de muerte. Al parecer, la negativa de la autoridades europeas para permitir la exportación a los Estados Unidos de un compuesto químico necesario para elaborar la sustancia que se inyecta en el ajusticiamiento por inyección letal, está dejando sin existencias a aquellos estados en los que todavía prevalece la pena de muerte, y ante esas carencia la opción de ser fusilado se incorpora a su código penal. Al condenado se le sienta en una silla y se le inmoviliza con correas, se llena todo el contorno con sacos terreros y el pelotón se protege detrás de una mampara para que el reo no pueda ver el rostro de sus verdugos antes de ser muerto. Dice la información que, entre los cuatro tiradores, uno lleva balas de fogueo, clásico requisito tantas veces repetido en la estremecedora casuística de los pelotones de ejecución que, al parecer, y según se desprende de esta lectura, es un argumento cierto. Una de las razones que los representantes republicanos esgrimieron en defensa de la aprobación de este antiguo método es el de los relativamente frecuentes fallos producidos en el procedimiento de la inyección que han producido espectáculos de un dramatismo indescriptible en ciertas ejecuciones recientes. Por lo visto, el mencionado producto de patente europea fue sustituido por uno de procedencia estadounidense pero las prestaciones fueron muy inferiores. El condenado se retorció de dolor durante cuarenta minutos antes de fallecer y los espectadores asistieron a una visión dantesca.
Todo este disparate propio de mundos ancestrales y edades pasadas se daría por finalizado si los Estados Unidos suprimieran de su ordenamiento jurídico la pena de muerte. Pero desde que en 1977 se reinstauró su vigencia, 32 estados la mantienen y una media superior a treinta condenados se ejecuta cada año en el territorio estadounidense. Actualmente más de 3.000 personas aguardan su destino en el corredor de la muerte. Es incomprensible pero es verdadero.

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