Opinión

Héroes sin recuerdo

En mis visitas a la recién inaugurada división del Museo de El Prado dedicada a la pintura contemporánea, nunca he podido sustraerme a la tentación de tomar asiento delante de un cuadro gigantesco y uno de los más impresionantes y estremecedores que he visto en toda mi vida. Es el que, por encargo del gobierno liberal de Práxedes Mateo Sagasta y en tiempos de la reina María Cristina, pintó el artista valenciano Antonio Gibert en 1888 dedicado al fusilamiento de la expedición mandada por el general Torrijos que aspiraba a derrocar al rey Fernando VII. Sesenta y un patriotas que provenían del exilio en Londres y que habían fletado dos lanchones en Gibraltar, aspiraban a poner en marcha un movimiento que acabara con el rey absoluto y fueron traicionados, cercados en una finca, apresados, encarcelados y fusilados en la playa de San Andrés sin previo juicio.

El lienzo –que pone los pelos de punta- nos muestra a dieciséis hombre de corazón dando la espalda al cuadro, confortados por frailes capuchinos, mientras derrengados en el suelo hay cuatro cadáveres de los primeros caídos y una chistera. La fila, atados y los ojos vendados algunos, la componen personajes muchos de ellos identificados certeramente. El diputado extremeño Fernández Golfín uno de los padres de La Pepa que había cumplido ochenta años, el propio general Torrijos, el doceañista Flores Calderón, el coronel López Pinto, o el exiliado liberal Francisco de Borja Pardío. Hay en el grupo que espera morir un grumete de quince años, un orgulloso conspirador catalán que muere con la barretina puesta, y un joven alto y fuerte, de gesto honorable y mirada serena al que la Memoria Histórica debe un rendido reconocimiento.

Es el preso del cabello zanahoria, el chaleco amarillo y la levita marrón, un joven irlandés de 26 años llamado Robert Boyd que no solo pagó de su bolsillo la operación sino que se apuntó a ella. La carta de despedida a su hermano William sobrecoge. “Moriré en pocas horas –dice- como soldado y caballero”. Y así fue. Por la libertad, por la dignidad y el honor. Los empecinados en las memorias históricas deberían entender que hay héroes anónimos, admirables y hermosos antes de la guerra civil. Y que la del 36 no fue nuestra única guerra. Boyd fue el primer cadáver enterrado en el cementerio inglés de Málaga.

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