Opinión

La misma Merkel

A pesar de que no paso del metro ochenta y seis de e statura, yo también jugué al baloncesto. Eran tiempos muy pioneros en los que un pívot de Primera División no tenía por qué pasar de los dos metros hasta que llegaron los americanos e impusieron la necesidad de ser tan altos como ellos para llevarles algún rebote. Mi buen amigo y compañero de colegio Javier Molina fue pívot de Estudiantes con 1’98 y con esa misma estatura jugó ocho temporadas en el Picadero de Barcelona batiéndose bajo el tablero con los mejores cuatros de aquellos tiempos.

Yo, qué decir de uno mismo, no pasé de jugar de escolta o alerito bajo en la 2º madrileña, aunque aquel coqueteo con la canasta me hizo mucho bien y me permitió aproximarme, aunque muy tenuemente, a lo que ahora estamos viviendo. Mis primeros partidos se jugaban sobre cemento, al raso y con canastas de tableros de madera, si bien en esas mismas condiciones jugaba también aquel Estudiantes de José Luis Sagi Vela, Aito García Reneses, Vicente y José Ramón Ramos, Juan Martínez Arroyo o Pablito Bergia hasta que la firme voluntad de Magariños consiguió edificar el pabellón del Ramiro, y eran de Primera. En definitiva que, muy tangencialmente, soy del gremio pero era tan malo que allí mismo nos probaron a tres o cuatro de mi curso y fui el único al que no cogieron.

Pero esa experiencia vale para tenerla en el recuerdo y para tratar de entender ese baloncesto que ha evolucionado más que cualquier otro deporte y que para aquellos que lo practicamos hasta los años setenta hoy se nos antoja escrito en sánscrito o en arameo. Dice un amigo mío músico aficionado como yo y también antiguo practicante del baloncesto, que ha evolucionado tanto como el modo de tocar el bajo. Y puede que esté en lo cierto.

En todo caso, tampoco está mal eso de ser pionero de un deporte que nos ofrece alegrías como la del domingo. Parece como si sus jugadores conservaran la humildad, el sentido común y la templanza que les falta a los de fútbol a los que se les dispara permanentemente la patología de los egos. Estos tíos son de oro y no solo jugando al baloncesto. Gracias por todo lo que nos han dado. Aunque yo el baloncesto de hoy apenas lo entiendo.

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