Opinión

Lo que no mata engorda

Si bien sospecho que esto no puede tener más que un epílogo y no muy afortunado, acabo de meterle mano a la novela con la que se da continuidad a la famosa saga de “Millennium” y que, manteniendo la tradición, responde al pintoresco título de “Lo que no te mata te hace más fuerte” o lo que es lo mismo en lenguaje coloquial, lo que no mata engorda, que es como se expresaría un castizo en vez de un escritor sueco contratado expresamente para prolongar un éxito editorial a mi juicio sorpresivo, y cuya aportación más excelente al parecer es una espléndida biografía de la estrella sueca del fútbol, Zlatan Ibrahimovic.

Recuerdo que cuando leí la primera entrega de la trilogía escrita por Stieg Larsson, me encontré sorprendiéndome a mí mismo por hallar muchas virtudes en una novela que suponía enredada en las inquietudes profundas de un cambio de milenio y que sin embargo se manifestó como un relato bien construido en clave de trama policíaca. Luego llegaron dos novelas más y cada una me pareció a su vez más mala que la anterior hasta el punto de que debí ser quizá el primero en proponerme una sospecha que luego encontré frecuentemente reflejada en los diarios. Aquella por la que se acusaba a Larsson de haber escrito quizá la última de las obras que componía la saga –la cuál es en mi opinión un completo desastre- mientras que la mejor, la primera, se debió a la pluma de otra persona, probablemente la que entonces era su amante. De hecho, un veterano periodista que había sido su redactor jefe en una agencia de prensa en la que el fallecido autor sueco trabajaba, declaró públicamente tiempo después que el Larsson que había conocido y que había tenido a sus órdenes era un tipo tan mediocre que no podía redactar correctamente una nota informativa de cincuenta palabras. A su entender por tanto, que fuera capaz de escribir tres novelones de aquel tamaño no podía ser ni imaginado.

Larsson, que fumaba, bebía, estaba gordo y se alimentaba de cafés y comida basura, se quedó muerto de un infarto en las escaleras de su casa un día que no había ascensor y los editores ansiosos han decidido continuar estirando la goma y cazando incautos. Yo soy uno de ellos. Ya les contaré.

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