Opinión

Lo peor de cada quien

Si los comportamientos que se perciben en las redes sociales representan la conciencia colectiva, tenemos a todo un país necesitado de tumbarse en el diván del psiquiatra o quizá en sitios mucho peores. Las redes sociales ponen al descubierto lo más malo de cada quien y es en situaciones no frecuentes –en este caso el fallecimiento repentino de la senadora Rita Barberá- cuando esa enfermedad del alma que destaca la ruindad y adormece los más nobles sentimientos se aparece en toda su potencia para advertirnos que hay que pararse un poco y poner orden en todo esto.

Dice la letra pequeña de este nuevo fenómeno de comunicación, que el propio fundador de una de esas redes está preocupado por el giro cada vez más pernicioso por el que se ha inclinado su invento y está estudiando con su equipo de directivos más cercano cómo afrontar este inquietante fenómeno por el que los usuarios apelan a su peor condición cuando las usan y convierten lo que debería ser un vehículo de comunicación universal en una cloaca en la que se cuecen los más negros y vergonzosos sentimientos. No es fácil ponerle puertas el campo, sobre todo si la comunicación por la red ha borrado de un plumazo las distancias y ha abierto el espacio geográfico convirtiendo el mundo en un inmenso zoco que no necesita de presencia física. Pero a la vista del paisaje virtual que ha desatado la muerte de Rita Barberá como el que se pintó tras la cogida y fallecimiento de un torero en el ruedo, digo yo que algo habrá que hacer. Algo que respete la libertad de expresión pero preserve la verdad y la pureza de la información. Y sobre todo, la dignidad y la rectitud de los comportamientos.

Dicen las encuestas que el 40% de los ciudadanos de los Estados Unidos obtiene la mayor parte de la información con la que se manejan al día desde las redes sociales. Sin custodias, tribunales de ética ni garantías ni zarandajas, las redes sociales ofrecen todo lo que se le puede pasar por la cabeza a un ser humano. No hay control alguno ni de la información ni de la fuente que la propone, ni se garantiza la fiabilidad del emisor que no tiene que enfrentarse a responsabilidad alguna cuando pone en circulación lo que le motiva, le gusta o le apetece. Y así discurrimos hacia un mundo desquiciado y grosero, mentiroso, indecente y feroz. Y esto no ha hecho más que empezar.

Te puede interesar