Opinión

La vuelta de los ex

Las campañas electorales suelen marcan el retorno de los ex presidentes del Gobierno interviniendo en programados actos de sus partidos en los que, amparados en su autoridad como antiguos dirigentes al máximo nivel aportan su experiencia y ofrecen claves para mejorar resultados y atraer a más gente a su redil ideológico. Este papel que se apoya en la experiencia y en la sabiduría que dan los años está bien entendido desde el punto de vista estrictamente teórico, pero petardea en el práctico. Estos días han vuelto de sus cuarteles de invierno donde habitan ricos, calientes y excepcionalmente bien tratados tanto Felipe González o José Luis Rodríguez Zapatero como José María Aznar, y el resultado ha sido desolador. La presidencia de un Gobierno no garantiza el equilibrio y la prudencia, y en ambos casos, su irrupción en mítines y actos de campaña ha sido claramente desafortunada.

Aquellos que han ocupado un cargo de excepcional responsabilidad no pueden resistirse a afrontar la jubilación forzosa una vez han terminado su periplo. En general, son gente joven y bien preparada, con un bagaje de conocimientos y experiencias de un supuesto gran valor, y con el convencimiento de que pueden ser útiles a su partido cuando ya lo gobiernan otros y cuando las políticas que se practican ya no son las que ellos practicaban. Siempre hay miembros de su partido que les animan a salir de la cueva y a prestar sus conocimientos para la causa, e indefectiblemente caen en la tentación y, cargados de buena voluntad, retornan. Y retornan en general para liarla. Para entorpecer a aquellos compañeros que están concursando en las urnas, echar broncas a los suyos micrófono en mano, manifestar secretos que hacen más daño que favores y que no vienen a cuento, y robar plano.

Este voluntarioso y sin duda sincero punto de partida que invita a los ex presidentes a saltar al ruedo es el primero de todos sus errores y también el error máximo. Porque la primera pregunta que debe hacerse un ex presidente es si su concurso partidario es lícito o el estatus privilegiado del que disfrutan - que paga la nación y les ofrece un retiro dorado- les licita para meterse en campaña a favor de su partido en lugar de que su figura sea garantía de neutralidad y consenso. Aznar encendido en diatribas y defendiendo a su señora, Felipe confesando preferencias que crean desconfianza mientras riñe a los suyos y a los contrarios, y Zapatero haciendo la puñeta a su nuevo secretario general son maneras ridículas de cara al exterior y dudosas desde un punto de vista ético.

Hay dos caminos. O mantenerles los privilegios y recomendarles que se queden en casa, o permitírselo y retirárselos.

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