Opinión

Para saborear

La cosa da que pensar. En tiempos no muy lejanos en los que había gazuza insatisfecha y estómagos rugientes, surgieron cantidad de canciones cuyo tema era el condumio. Todavía habrá quién recuerde el famoso “Cocidito madrileño”, “El que tenga un jamón”, “La vaca lechera”, “Cocinero, cocinero” y tantas otras canciones sobre la sabrosona gastronomía casera que ahora pueden encontrarse en Internet. Actualmente parece que volvemos a las andadas. En estos momentos no hay canal televisivo que se precie que no tenga programas de cocina a cascoporro. Y en casi todos se enseña en vivo lo que es hoy el menú moderno. Algo sospechosísimo ya que los platos que se elaboran son un tanto raritos. Y esto me huele a nada. O sea, que no huele a chorizo, lacón, fabada, asados, delicatesen de la mar salada y otras exquisiteces aladas: menús que ningún hijo de vecino rechazaría, al igual que las proposiciones de Vito Corleone. 

Ahora todo es a base de hierbas y mezclas que uno piensa que más bien son antinaturales en un menú realmente apetitoso para seres humanos y no para ovejuelas del campo. Luego está el hecho de la prodigalidad con que se desechan trozos de alimentos, ya que sólo se aprovecha lo que no tiene “escollos”. Dicho de otro modo: impiden el gran placer de chupar espinas y el deleite de lo cercano al hueso. Pero hay otra cosa que llama la atención y es el tamaño de los platos que se parecen a los escudos de “300” puestos al revés. En ellos, para saciar el apetito del comensal, sitúan con la mayor delicadeza un guisante, y si acaso y con suerte, rodeado de un muestrario de hierbas aromáticas y pétalos de flores con copete de nata. O sea, que la presentación semeja un punto colorista en el centro de un impoluto mar blanco. Muy poético y muy estético. 

ParaPero el caso es que la cosa sabe bien, muy bien. Sin embargo y a pesar de alabar esos bocados, a la hora de la verdad, créanme, que sé que me creen, cualquiera se decantaría por el churrasco o los asados de la familia González-Fernández; la riquísima fideguà en la mesa de la familia Fariñas-García, el pecado de las tartas elaboradas por la familia Cuña-Ramos o las gustosas galletas hechas por la familia González-Gómez. Porque todo el mundo, se diga lo que se diga, corre que se las pela hacia esos menús tradicionales que hacen regocijarse al vivo y resucitar al muerto.

Te puede interesar