Opinión

APLAUSOS

Una escena que cada día se repite más, y en consecuencia más chirría, hasta hacerse insoportable, de hipócrita, falsa y ficticia, son los aplausos que a si mismos se dedican los que suben a una tarima. Manos que contestan a otras manos chocando entre sí desde abajo, desde el patio de butacas de admiración y devota pasión al líder. Manos agradecidas al reconocimiento público sonoro, que se acompañan de aparente gesto de no merecerse, aunque aplaudan, realmente, su propia suerte. Si no fuera porque la televisión nos descubrió hace tiempo el funcionamiento de los regidores, que jalean y dan instrucciones sobre cuándo, cuánto y cómo, debe calentar sus manos la clac, podríamos aún creernos que hay algo de verdad en lo que, sin duda, es mero espectáculo. De estos aplausos convenidos, concertados, dirigidos, orientados, manipulados, a los aplausos enlatados, ninguna diferencia; son igual de torticeros, porque no reflejan ningún sentimiento verdadero.


¡Qué aburridos me parecen todos ellos!; los que repiten mismo discurso, día sí y día también, aunque en auditorio diferente, con estudiadas entonaciones orientadas convenientemente por su coach particular, o de grupo, sólo con el único propósito de levantar el vicioso aplauso que se vuelve hacia él y que el devuelve al mismo tiempo. Sería comedia si detrás no hubiera trascendencia, la que aúpa al incompetente a un cargo desde el que tomar decisiones que nos afectan poderosamente, cuestión que convierten el hecho en tragedia. ¡Qué guapos somos!, ¡qué bien nos parecemos!, parece destilar el ego con deseo de despertar estos aplausos como besos, y que denota falta de modestia a raudales; con misma raíz etimológica, raudos son los modestos pero serviles aplaudidores militantes u oficiales.


A veces, el arte de la política se convierte más en una ciencia que alienta el aplauso, que un arte que busca la solución al problema. Por otro lado, bastante absurdo es el aplauso concedido de antemano, y es que no sé quien asesora ni quien vive a lo grande por la bicoca que supone provocar el espectáculo del aplauso que parece gustar tanto a los líderes mediáticos, pero aplaudir previamente denota solo prejuicio; positivo, pero prejuicio.


Aplausos emotivos, de régimen chino, de espectáculo, o admiración; aplausos espontáneos de niños, aplausos orientados por regidor, aplausos de programas de debate en televisión que suenan cuando alguien dice algo, lo que sea, y al minuto también, aunque sea para alguien que dice exactamente lo contrario; el caso es aplaudir, como si con ello se quisiera proyectar al subconsciente del telespectador una nota de valor de lo que está viendo, persuadirlo maquiavélicamente de que lo que se hace es bueno, cuando, normalmente, no es sino auténtica boñiga. Aplausos de Parlamento, en pie o sentados, mirando al líder con boato, sin pelota material pero sí metafórica por deseo de complacer hasta el extremo, y que son aplausos de silbidos encubiertos al rival de enfrente. Aplausos que si se dan en la cara parecen más bofetadas que cariñosos saludos de abuela al pequeño. Aplausos como lenguaje. Aplausos indeseados. Aplausos silenciosos, o solo con el movimiento de los dedos.


A veces, desde luego, sería mucho más provechosa la inacción de mano sobre mano que el tan estruendoso impacto de mano contra mano, cuando a cada rato impide cohesionar ningún discurso. No me gustan los aplausos para todo. Y no me disgustan, todo lo contrario, cuando el propósito es dar a conocer aprobación al que la merece. Me producen alergia en los dedos cuando son sobrevenidos por mimética transmisión de una concurrencia en sala, contra el natural reflejo personal y auténtico. Sobre todo cuando la concurrencia estalla al unísono por el grito de un contertulio analfabeto que, además, presume de ello. Pero no es momento de hablar de tertulias, pues bien merecen su propio artículo, desde las anteriores con personajillos famosos que funcionan mediáticamente hasta las políticas con periodistas enrocados en sus posturas políticas, así que acabo, y si han llegado hasta aquí, aplausos sinceros.

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