Opinión

Contrastes

 

 

Tengo un ojo de carallo para elegir los libros que llevarme de vacaciones; para leerlos, claro, nadie piense que los llevo de paseo como si fueran perros de compañía aunque hagan tanta compañía como éstos. Naturalmente lo de tener ojo es un sarcasmo, pues no tengo ojo ni siquiera para ver a un cabrón ronroneando a mi lado hasta que me pica en la misma pupila. Y es que una cosa es llevar a Cioran para degustar su cruda lucidez en dosis precisamente atemperadas por las apacibles horas vacacionales de sol y mar, y otra que te metas entre ojo y ojo, a conciencia, otros libros que, todos y cada cual a su manera, insuflan solo un realismo trágico sobre el mundo enfermo que tenemos. Así cualquiera no se tambalea.

Y es que cualquier exceso se paga, sea lectura o simple disfrute de un ‘todo incluido’ de esos de lujo y fiesta que te pone hasta las cejas cuando la voluntad se somete y el pensamiento no alerta de la resaca consiguiente. A propósito, una de las tardes de este verano en playa Falesia vi a una joven con su pareja bajar del chiringuito con una buena jarra de cristal transparente llena de cierto líquido sospechoso, amén de hielo y frutas que se distinguían perfectamente; se tumbaron cerca de donde yo estaba sin soltar ella su mano del asa del mágico recipiente como si fuera un particular suero. El líquido dejó de ser sospechoso al cabo de una hora cuando la joven comenzó a moverse como si le hubieran metido toda una fiesta por vena o estuviera surfeando un fuerte oleaje atlántico; no paró de beber en ningún momento, levantándose solamente cuando dejó seca su jarra, para ir a por otra de menor tamaño y tal vez seducida por el ‘todo incluido’ que indicaba la pulserita de color que llevaba en su muñeca con el nombre impreso del hotel del chiringuito. Cualquiera siente la pulsión de compensar con creces lo adquirido con algún sacrificio (si tienes mucho porque siempre quieres más como pasa con el agua salada que bebe el sediento, y si tienes poco porque todo te cuesta mucho más), por ello cae en la trampa de este abuso que se vuelve contra uno, porque es mucho para el cuerpo como lo fue para el cuerpo de la chica, que además conllevó triste final de escena al levantar el culo de su aguante el acompañante crispando la situación hasta cambiarle el rictus de risueña a cariacontecida.

Pues con los libros que me llevé de veraneo me pasó lo que a la chica de la playa, que me pasé con la mezcla sin darme cuenta. Al ser toda de un género pesimista hubo un momento que me flaquearon las piernas y me pregunté ¡qué coño hacía descansando sobre una tumbona mientras el mundo se está viniendo abajo! Aparte del ensayo de Cioran que les decía antes y una magnífica novela titulada Nos vemos allá arriba de Pierre Lameitre que trata de miserias humanas en la primera gran guerra, fueron Una luna de Martín Caparrós que relata un enorme dolor de vidas humanas (éstas sí son verdaderas), y La historia de mi gente de Edoardo Nesi, que refleja el ocaso de nuestra cultura económica vendida a la mentira globalizadora que nos ha puesto los cuernos antes de darnos cuenta. Menos mal que me esperaba La Cuestión de Tucumán en Ourense.

En fin, como ven, me ha pasado este verano con la literatura lo que a la chica de la playa Falesia con el ‘todo incluido’, que me he pasado con una bebida de letras con demasiados grados para mí espíritu, así que para la próxima un poquito de realidad basta, además combinada con agua fresca de ficción más alegre que la de una guerra. Y no quiero pulseritas que delaten mi contradicción, pero de esa extimidad hablaremos otro día.

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