Opinión

MIGUEL BLESA, ESCÁNDALO, ES UN ESCÁNDALO

Miguel Blesa de la Parra es uno de esos tipos que las generaciones anteriores habrían colocado en los altares para adorarle como ejemplo sumo del ejecutivo agresivo ante cuyas decisiones nadie osa piarlas y todos se arrugan. Andaluz de 1947, tiene este Blesa un ceño permanente como de banderillero veterano y encabritado, y porta una sonrisa que nunca ha sido franca ni decidida al menos en la permanente proyección que el personaje ha desarrollado en el tiempo en el que ha reinado en Caja Madrid porque la dirección que Blesa ha practicado en la entidad madrileña es más un reinado o un emirato que una gestión estrictamente profesional al uso, como debería corresponder a los sujetos a los que una corporación colegiada faculta para ejercer una alta responsabilidad a cambio de un generoso sueldo.


Pero si bien las antiguas generaciones le habrían rendido pleitesía admirando su arte incomparable para generar dineros y recompensar con ellos a su leales, en las circunstancias actuales, un tipo como Blesa está muy lejos de la divinidad y mucho más cerca del hipócrita consentido y avieso que se pasa la ética por el arco de triunfo, que no admite más razones que su poderoso ego y que no tiene ni alma ni corazón para compartir ni para sentirse solidario. No hay más que seguir sus pasos para entender que a Blesa sólo le ha gustado Blesa, y que los que le han arropado y le han sido fieles ascienden con él al reino de los cielos y se van con el riñón bien forrado, y a los demás ?es decir, al resto del género humano- que les vayan dando. Es un principio de inhumanidad sin aditivos ni colorantes, una inhumanidad cínica y astuta, pasión y ceguera por la pasta que se manifiesta en carne viva y que no puede ni quiere cauterizar porque a Blesa nada la ha importado nunca que no sea él mismo. Se ha sentido tan listo y tan bastante que los demás le han dado grima y hay en la mirada de esta pieza un deje de infinito desprecio como si los demás, una vez exprimidos, no sirvieran para otra cosa que para acabar en un contenedor


Blesa es de Linares y por tanto paisano de Raphael. Es quizá por eso por lo que su figura es, a estas alturas, el prototipo del escándalo como decía una de las canciones que más ha contribuido a encumbrar al famoso ídolo de la canción que nació en su mismo pueblo. La vocación por el escándalo no es de ahora, pero ha sido ahora, una vez desactivado, cuando se ha visto hasta qué punto el escándalo puede dominar su existencia. Hasta qué punto pueden y deben escandalizar sus disposiciones testamentarias, ese indecente plan de jubilaciones tejido en torno a contratos de élite y prebendas blindadas que el presidente mandó llevar a cabo a partir de 2006 para asegurase para él y para nueve privilegiados más una jubilación de oro mediante bonus acumulables a razón de casi cinco millones de euros por barba.


Por fortuna, no le han dejado. En un momento en que la cajas de ahorro pugnan por sobrevivir, la que ha gobernado como si fuera un dios de nariz puntiaguda y boca prieta, se vería obligada a solicitar un préstamo para pagarle a él y a su camarilla de indecentes, lo que equivale a demostrar que han sido individuos como él quienes han conseguido llevar a la ruina a unas instituciones que, bien gestionadas y cumpliendo escrupulosamente las tareas sociales que les correspondían por definición, no tendrían que enfrentarse ahora a varias sentencias de muerte.


Blesa, político de mal agüero al que hubo que despegar de su silla con agua caliente, se va a quedar sin sus bonus a menos que apele y gane contra la decisión colegiada que la presidenta de Madrid y su sucesor en la presidencia de la entidad han propuesto al consejo y que el consejo ha aceptado sin rechistar. Lo dicho, un escándalo. Por fortuna, se va a quedar en eso. n

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