Opinión

Lágrimas y millones

Así las cosas, si ese sentimiento resuelto en lágrimas de su despedida hubiera sido todo lo verdadero que tenía que ser, el astro argentino no se lo hubiera pensado dos veces y, conmovido por el momento crítico que vive el equipo de sus amores, se habría ofrecido, en compensación de los muchos dones recibidos, a jugar gratis en el Barcelona hasta el ocaso definitivo y ya no muy lejano de su carrera. El plan que el club y el jugador habían urdido para burlar las normas del límite salarial y del “fair play” financiero, según el cual el club en bancarrota le seguiría pagando cifras astronómicas pero troceadas para disimular, no podía llegar a buen puerto, sino al naufragio al que ha llegado. La justificación de Messi para su abandono de la nave rota, pretendidamente compatible con sus lágrimas, de que había renunciado al 50% de sus salvajes emolumentos para seguir siendo fiel, deja un penetrante tufo de mezquindad si se repara en que en vez de cobrar 140 millones por temporada, se conformaba con 70, más de diez mil millones de pesetas, no sé si complementados con toda suerte de variables enmascaradas en la letra pequeña.

Las lágrimas de las personas tienen un valor, pero en este caso más bien un precio. Pese a ello, quienes elevaron al fino pelotero a la categoría de dios, persisten y persistirán en culpar de su clamorosa defección al diablo, encarnado para ocasión en Laporta y en Tebas el muy malandrín.

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