Opinión

LA INSOSPECHADA FUERZA DEL BIEN

Ya se habla poco de ellas. Fue como un fogonazo o una bengala en los medios de comunicación, sólo duraron un día en las primeras páginas de los periódicos. Tres mujeres ganaron el premio Nobel de la Paz por su contribución al cambio social y su acción humanitaria, una yemení, Tawakul Kerman, y dos liberianas, Leymah Gboewee y la presidenta democrática de Liberia, Ellen Johnson-Sirleaf, cuyos nombres es un honor deletrear para ustedes cuidadosa y respetuosamente antes de que vuelvan al rincón del olvido, de donde las sacó la Academia Nobel este año en una apropiada y lúcida decisión digna de elogio. Y sin embargo su labor había sido -y sigue siendo -encomiable.


Tanto es así que importa poco que Occidente no haya reparado en las tres activistas africanas hasta este momento, el acierto de los académicos tiene una insospechada fuerza, la fuerza del bien que pugna por prevalecer sobre un sinfín de intereses y egoísmos espurios que conforman el día a día internacional de los países acomodados cuya actualidad es crisis económica mundial, crisis de la Unión Europea, desplome de los mercados, vaivén intermitente de las Bolsas, especulación... Pero hay otra realidad.


Tanto ocuparse todo mundo de los ricos, es hora de acordarse de los pobres, debieron decirse los académicos de Oslo.

A veces no aciertan como cuando otorgaron un controvertido premio Nobel de la Paz en 1973 al belicista secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger, sospechoso de haber instigado varios golpes de Estado en América Latina, pero otras muchas como la de este año o las distinciones a la birmana Han Suyin o al disidente chino encarcelado Liu Xiaboo dan en la diana arrojando un foco de luz sobre una grave injusticia postergada.


Gracias a la revolución de las comunicaciones, ahora las noticias son simultáneas y además nos enteramos de ellas como si hubieran ocurrido aquí al lado. África donde viven las tres galardonadas ya no está alejada sino presente en nuestro facebook, en nuestro twiter, en nuestro iPad o en el escritorio de nuestro ordenador. El mundo es menos ajeno, somos más conscientes de lo que pasa, pero de ahí a la solidaridad activa con que se distinguió a las tres defensoras de derechos humanos con el premio Nobel de la Paz 2011 aún hay un largo trecho que recorrer.


Los tres casos eran “nobelizables”. Empecemos por Tawakul Kerman, una política yemení de 32 años, madre de tres hijos, defensora de los derechos humanos, admiradora del movimiento de las revoluciones árabes. Que alza su voz en Saná, la capital del Yemen, contra la situación antidemocrática que soportan los ciudadanos de su país. Para llamar la atención se manifestaba desde febrero en una tienda de campaña desplegada en la denominada Plaza del Cambio de la ciudad yemení. Y ha conseguido que los académicos noruegos se fijen en su acción.

A pesar del régimen autoritario que coarta su actividad, dirige el grupo de Mujeres Periodistas Sin Cadenas creado en 2005. Yemen se halla bajo la chapa de plomo de la fuerte dictadura del gobierno del presidente Ali Abdulá Saleh, que dura ya más de 30 años y reprime con mano dura las masivas protestas contra su poder dictatorial. Según las agencias de noticias, ya han muerto cientos de ciudadanos en choques con las fuerzas de seguridad. Las mujeres yemeníes, casi siempre envueltas en un largo mantón negro que las cubre por entero, son protagonistas en las protestas. Yemen, uno de los países más pobres del mundo, situado en el sur de la Península Arábiga, de cerca de 520.000 kilómetros cuadrados y más de 24 millones de habitantes, unificado en 1990, vive tiempos críticos cuyo desenlace es incierto. La Academia Nobel de Oslo ha querido subrayar mundialmente la resistencia y el coraje de sus mujeres con el galardón de este año. Un segundo acontecimiento fue ejemplar y, además, singular.

Huelga de sexo fue la consigna lanzada en 2003 a sus compatriotas femeninas por la activista liberiana Leymah Gbowee, de 39 años, trabajadora social, madre de seis hijos, para acabar con la segunda guerra civil que ensangrentaba a Liberia. La medida surtió efecto y la contienda se detuvo en 2003 después de cuatro años de hostilidades. Aunque parezca mentira, la abstinencia forzosa hizo recapacitar a los hombres que terminaron por detener unos combates que habían causado más de 150.000 muertos.


Liberia es un país sin par. Fue un sueño imposible de convivencia entre dos comunidades, la autóctona de África y la proveniente de la emigración a América, pero nunca funcionó, respondían a tradiciones diferentes y a culturas distintas, la morfología y color de sus gentes no fueron suficientes para amalgamarlas. La historia de Liberia recuerda a utopías literarias como la de Aldous Huxley en su famosa novela “Un mundo feliz”, proyectada casi científicamente pero en la que la naturaleza ancestral termina por imponerse. Por eso Liberia estaba condenada al fracaso, en casi tres siglos no se consiguió mezclar las dos poblaciones negras, siguen yuxtapuestas. En el lejano 1822, la Sociedad Americana de Colonización quiso hacer un injerto en África de esclavos afroamericanos que emigraron desde Norteamérica a la colonia creyendo reparar una injusticia histórica. En 1847 estos antiguos esclavos declararon la independencia de la República de Liberia bajo el impulso y la iniciativa de los retornados de los EEUU. El nuevo país se dio el nombre de Liberia, es decir,Tierra de los Libres, que habían conseguido redimirse de la esclavitud.


No fue posible la convivencia ni la cohabitación entre los descendientes de los colonos, que vivían en la costa, y los oriundos del interior que continuaron con sus ritos y costumbres. Los comienzos de Liberia a finales del siglo XIX fueron pues difíciles y la sociedad dual los hacía aún más complicados. Luego Liberia sufrió el acoso y saqueo de países colonizadores como Francia y Gran Bretaña, que se repartieron la túnica liberiana. Mas tarde tuvo que soportar a terribles dictadores, el peor de ellos, el sanguinario Charles Taylor /1993-2003), un genocida condenado por el Tribunal de La Haya por crímenes contra la Humanidad, en particular en su intervención militar en la vecina Sierra Leona que dejó innumerables pruebas de “la fuerza del mal”, como diríamos parafraseando el título de este artículo. Liberia, de 111.000 kilómetros cuadrados de superficie y 4 millones trescientos mil habitantes se halla hoy en día en una fase más esperanzada de su tortuosa historia.


Desde 2006 ha cambiado su aciaga suerte y las noticias no son tan malas. Su presidenta, Ellen Johnson-Shirleaf, de 72 años, que se enfrentó a su reelección este martes 18 de octubre, ha conseguido sacar a su país del atolladero y ponerlo en vía de desarrollo en los últimos cinco años tras la destrucción de la economía y del tejido social causado por las interminables guerras. Primera mujer de África en acceder de forma democrática a la presidencia de un país, Johnson-Sirleaf, economista, ataviada siempre con vestidos vistosos de colores a la usanza del país, “mamᔠSirleaf para unos es considerada por otros como una “dama de hierro” por su resolución y firmeza. Se la acusa no obstante de no haber conseguido restañar en la sociedad liberiana las heridas producidas por 14 años de guerra civil y su mantenimiento en el poder no está asegurado frente al abogado Winston Tumban a pesar de su carisma. El Nobel concedido obrará sin duda a su favor.


“No se hace buena literatura con buenos sentimientos”, decía André Gide, premio Nobel 1947. Eso quizá esté bien dicho para la ficción, en la realidad de hoy día, esta última recompensa da un mentís a la máxima de Gide, los buenos sentimientos son poderosos, como lo prueban con su acción valiente y generosa las tres recientemente laureadas con el Nobel. Tantos artículos destinados a denunciar los desmanes del mal, me complace dedicar uno a destacar el bien, que además pone el foco en los esfuerzos por la paz en el fondo de África, continente dejado de la mano de Dios. n

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