Opinión

LA PRIVATIZACIÓN DE PORTUGAL

Bancarrota ahí al lado, puerta con puerta, en Portugal. Como reza un dicho luso: 'Por fugir do fogo caíu nas brasas'. Portugal se halla hoy en día en la peor circunstancia posible ya que para aspirar a un rescate de la Unión Europea cifrado en la fabulosa cantidad de 78.000 millones de euros tiene forzosamente que poner en marcha angustiosas medidas de ahorro que le llevarán a un largo tiempo de postración, escasez y carestía digno de ser cantado ?cedamos al folklore- en un fatalista y melancólico fado. Pues bien, el nuevo gobierno neoliberal del Partido Social Demócrata (PSD) que acaba de salir de las urnas y dirige Pedro Passos Coelho, aún amenaza con ir más allá para atajar la desastrosa situación de la economía ya que pretende recuperar la confianza de los sacrosantos mercados, es decir, privatizar y quitar cualquier barrera al capital sin importarle que los platos rotos los pague el sacrificado portugués medio. Y ello con la anuencia, claro, de la Unión Europea (UE), del Banco Central Europeo (BCE) y del Fondo Monetario Internacional (FMI), la trinidad guardiana del sistema que impera.


El Leviatán de la devastadora crisis financiera ?digámoslo así para edulcorarlo con lenguaje bíblico- es un dragón destructor que hace estragos en el país vecino y, como sucede siempre, todo recae en la resignada -a la fuerza- población que sufre las consecuencias de los errores de sus gobernantes y de los coletazos del capitalismo. Portugal se confió demasiado, vivió por encima de sus posibilidades, hizo un mal cálculo y se ve ahora, como Grecia e Irlanda, en pésima postura, pidiendo desesperadamente árnica a Europa.


Y Europa tiene que atender esta llamada si no quiere negarse a sí misma porque es un conjunto solidario de naciones que comparte los mismos principios democráticos y de libertad, una isla en medio del ancho y proceloso mar del mundo, mar 'a quien nadie impuso leyes' como decía el poema altisonante la 'Canción del pirata' de José de Espronceda que aprendimos en nuestra adolescencia.


El pueblo luso está muy decepcionado, no confía en su clase política, parece desentenderse de los destinos de la nación, la prueba es que no sólo no acudió en masa a votar en la crucial cita electoral del 5 de junio pasado sino que se abstuvo en más de un 41%, cifra récord y un poco suicida.


Así están las cosas y tras las elecciones, le toca hacer el ajuste a la derecha, a un gobierno del Partido Social Demócrata (PSD) que ha ganado ampliamente los comicios con diez puntos de ventaja sobre el Partido Socialista (PS) de José Sócrates pero que busca una alianza con el derechista Centro Democrático Social (CDS) de Paulo Portas para gobernar con manos libres. No está para sorpresas. De momento, Lisboa no tiene otra salida sino la de apretarse el cinturón, se encuentra, como dicen los ingleses, 'entre el Diablo y el embravecido mar', ya que hemos hablado de mar.


El pueblo portugués se rebeló una primera vez contra la dictadura de los mercados cuando rechazó las reformas que le proponía Sócrates hace unos meses y ahora 'si no quieres caldo, dos tazas', tiene que someterse a una intervención quirúrgica del cirujano de hierro Passos Coelho. La tarea es ingente, para empezar, Portugal debe devolver antes del día 15 la enorme cantidad de 4.900 millones de euros de deuda pública, tiene un gran déficit y un fuerte paro; roza la quiebra. Las sumas necesarias para equilibrar sus cuentas parecen inalcanzables.


A la desesperada, el nuevo Gobierno se dispone, digamos, a 'privatizar Portugal' como si fuera una empresa pública, a sacar dinero de donde sea y a aplicar medidas ultraconservadoras en línea con otras administraciones de Europa donde hoy en día ya no quedan más que cinco gobiernos de cariz progresista entre los Veintisiete: España, Grecia, Austria, Eslovenia y Chipre. Se ha invertido el péndulo respecto a hace unos años.


Retomemos el hilo. De acuerdo con sus datos biográficos, Passos Coelho, prácticamente desconocido hasta ahora, es para más inri un inexperimentado dirigente político, de 47 años, nacido en Coimbra, economista tardío, diputado hasta 1999, que nunca fue ministro ni secretario de Estado pero que tiene en su haber al menos un gesto que le honra, el timbre de honor de ser el primer parlamentario que renunció a su pensión vitalicia ahorrándosela al Estado. Suple su falta de veteranía, según las crónicas, con sus ganas de acometer la ingente tarea de sacar al país del atolladero: en Portugal como en todas partes, es obvio que esto no basta. El clavo ardiendo al que se agarra es un dato muy negativo y aleatorio: la coyuntura económica ha tocado fondo, resulta tan mala que no puede sino mejorar. 'No descansaremos hasta que Portugal vuelva a crecer', 'devolveremos la prosperidad al país en dos o tres años', fueron los brindis al sol que lanzó el flamante primer ministro para infundir ánimo a sus seguidores y compatriotas.


De cualquier forma, no hay tiempo que perder. El presidente de la República, Aníbal Cavaco Silva, de su mismo partido pero distanciado por algunos roces que ahora no hacen al caso, coincide con él en que hay que ponerse manos a la obra ya, incluso antes de su toma de posesión. La cosa apremia.


El duumvirato conservador Passos-Portas no sabe por donde empezar. A la acumulación de desafíos se impone lo más urgente, un conjunto de medidas a cada cual más polémica y perjudicial para el depauperado ciudadano: Reforma del mercado laboral, reducción de la contribución empresarial, recorte de las pensiones, aumento del IVA? en una palabra, se acabó el estado de bienestar luso. 'Mais custa mal fazer que ben fazer', denuncia también el saber popular portugués con respecto a sus dirigentes y a la torpeza de su acción de gobierno. Es un lugar común pero hay que repetirlo: siempre pagan los mismos, el pueblo aguanta lo que le echen.


Por mucho que se busque no se encuentra una situación tan crítica en la historia económica portuguesa, rica en situaciones críticas. n

Te puede interesar