Opinión

Señales esperanzadoras en Birmania

La primera vez que oí hablar de Birmania como muchos españoles fue en mi lejana época del bachillerato cuando se estrenó en España la película de Errol Flynn dirigida por Raoul Walsh “Objetivo: Birmania”, que daba cuenta del lanzamiento en paracaídas sobre la selva birmana de una unidad de marines tras las líneas enemigas para destruir una estación de radar japonesa durante la II Guerra Mundial, cuando Japón había invadido el país. El prospecto que se repartía anunciando el tenso filme bélico mostraba a un Errol Flynn de expresión grave con casco rodeado de redecilla, aún lo recuerdo. El cine completaba nuestra cultura.

Ahora hay muchos otros medios de comunicación para contarnos lo que está pasando, en primer lugar las cadenas de televisión que han convertido al mundo en una aldea global y nos mantienen bien informados de lo que sucede en todas partes. Por ejemplo, en la antigua Birmania, hoy llamada Myanmar, donde se libra un combate singular, el de la premio Nobel de la Paz Suu Kyi contra una dictadura ominosa.

La voluntad de hierro bajo la engañosa fragilidad física que parece mostrar en sus fotos en los periódicos, la perseverancia, la fe en la democracia, la confianza en sí misma y en su causa han hecho que la activista birmana Suu Kyi, de 66 años, obtuviera finalmente su recompensa largamente soñada: entrar en el Parlamento y convertirse en la principal voz de la oposición.

Protagoniza un caso ejemplar de lucha sin denuedo en el actual mundo globalizado, se ha convertido en un icono de la libertad, la democracia y la defensa de los derechos humanos, actitud esta última que había sido reconocida por la concesión del Premio Nobel de la Paz en 1991 que contribuyó a denunciar al régimen político de la Junta militar que mantenía oprimido a su propio pueblo. Myammar empieza a abrirse ahora cautelosamente.

Sin abandonar su postura rebelde, Suu Kyi y su partido, la Liga Nacional para la Democracia han conseguido 40 de los 44 escaños en liza en unas elecciones parciales estrechamente vigiladas por un Gobierno instalado en 2011 con apoyo de EE.UU. que sucede a la dictadura de la Junta militar que rigió el país con mano de hierro desde 1965 y aún tiene fuerte influencia. El resultado en las urnas fue para Suu Kyi una pica en Flandes como se dice en español, desconozco si existe una expresión similar en birmano. Para situar las cosas en su justo término, hay que señalar que este Parlamento, de tres cámaras, cuenta con 664 escaños -aunque la mitad sean designados a dedo- frente a los 40 logrados por la opositora. No obstante su victoria electoral podría suponer el germen de la democratización de un país que centra hoy en día la atención del mundo. Algo se mueve en Myanmar.

“Esperamos que esto sea el principio de una nueva era”, proclamó triunfante y entusiasta, Suu Kyi, que vislumbra al fin la salida del túnel en un largo viaje que dura decenios. Y aunque el poder actual no tenga nada que temer de momento, estos comicios de primeros de abril de 2012 supusieron un giro notable en la política de la dictadura. Y, además, parecen formar parte del vasto movimiento de cambio gradual que ha comenzado en la antigua Birmania hace unos meses primero con la instauración de un Gobierno nominalmente de civiles, después con el diálogo con la propia Suu Kyi, más tarde con la liberación de cientos de presos y la manga ancha en la censura de los medios de comunicación, según enumeran las agencias internacionales de noticias y sus corresponsales in situ. EE.UU. es el alfa y omega de esta apertura y quiere conducir la transición. La secretaria de Estado, Hillary Clinton, se apresuró a darle la bienvenida a los cambios prometidos al declarar sólo unas horas después de que se anunciaran que Washington suavizará las restricciones a la inversión norteamericana en el país y liberalizará los intercambios financieros; y en la misma comparecencia, para no perder comba, anticipó el envío de un embajador a Myanmar tras años de ruptura de relaciones bilaterales.

En el tablero de ajedrez mundial, Norteamérica reemplaza a China en este país de bellísimas pagodas y le arrebata una parte importante de su influencia en todo el sureste asiático. De ahí la prisa de Hillary Clinton en lo que podríamos llamar irónicamente el traspaso de poderes.

Suu Kyi hija del general Aung San que consiguió la independencia del país de Gran Bretaña antes de ser asesinado, viuda del británico Michael Aris al que no pudo ver cuando murió de cáncer por no darle el visado para salir del país la Junta militar, ha estado en arresto domiciliario a lo largo de los últimos veinte años. La carismática líder, de estricta religión budista, había ganado ya por aplastante mayoría en 1990 unas elecciones que los generales anularon sin pestañear y pasaron a otra cosa. Tuvo que aguantar después dos décadas de falta de libertades pero se ha tomado ahora la revancha al obtener más del 80 por ciento de los sufragios en su demarcación.

Birmania, nación de historia tortuosa, invadida cien veces por potencias limítrofes o regionales como Japón en vísperas de la II Guerra Mundial, cambió de nombre por el de Myanmar en 1965 con el que figura desde entonces en la ONU. Fue reconocida a regañadientes por la Unión Europea a causa de sus reiteradas violaciones de los derechos humanos. Cuenta con más de 54,6 millones de habitantes, la inmensa mayoría budistas (4% de cristianos) y un extenso territorio de 676 mil kilómetros cuadrados. Produce gas natural que suscita el interés de los inversores norteamericanos y exporta esmeraldas; es un país rico potencialmente, pero sus habitantes viven en la pobreza. La cultura de Myanmar carece de originalidad, no obstante su fusión y sincretismo con otras culturas aledañas la hacen extraordinariamente rica y variada.

El más prestigioso de los birmanos fue U Thant, secretario general de la ONU en dos períodos, de 1962 a 1971. Se distinguió por su independencia frente a EEUU, criticó la posición del presidente Lyndon B. Johnson en la guerra de Vietnam y fue incansable, por otra parte, contra el apartheid en Sudáfrica. A su muerte en 1974 el gobierno militar de Myanmar se negó a rendirle honores. Está enterrado en una pagoda de Rangún (antigua capital de Birmania). Dijo: La paz no es sólo la ausencia de guerra sino además el acatamiento a los derechos humanos fundamentales y e respeto fiel a los tratados internacionales. Este ha sido mi relato de un país oriental del sureste asiático estos días en primer plano de la actualidad.

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