Opinión

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

Patricio se levantó de la cama y se fue al salón; cogió de una de las estanterías un libro delgado, una edición de bolsillo. Sacudió el polvo acumulado en las tapas blandas, y regresó al dormitorio.


'¿Por qué has cogido ese libro?', -preguntó ella, incorporada en la cama, embozada en las sábanas blancas, con un acceso de curioso pudor infantil.


'Me has preguntado por qué estoy contigo -dijo él-. Te voy a contestar. Escucha, presta mucha atención, yo no sabría describir mejor lo que ahora siento por ti'.


Encontró al fin la página que estaba buscando. Era un poema extenso pero sencillo, de expresiones llanas, sin giros literarios, sin alardes plurívocos, sin alegorías imposibles de entender. Contenía solo palabras sinceras que encerraban a su vez las verdades de aquel poeta, aquel muchacho que había conocido años atrás, y que un buen día había desaparecido, sin más, con el corazón malherido de tanto querer. Se las leyó a Milena:


'¿Me preguntas qué busco en ti? No te equivoques, no persigo estrellas fugaces, no pretendo amores eternos, arrebatados, mortales; tampoco te busco, eres tú quien acecha mi casa, anegándola, cubriéndola de sal y de montaña. Quisiera no quererte, quisiera tener la fuerza de la madre cuando reprende al hijo rebelde que le sacude las pasiones, para calmarme de ti, para posarme lejos, distanciadamente. Mas no puedo detener este hormigueo que se apodera de mis profundidades cada vez que te sueño, cada vez que te siento. Ahora, mañana y siempre, millones de aleteos descargan su fuerza desgarradora, producen en mí explosiones que anulan mi voluntad, y me llevan a querer, a necesitar más, y aún mucho más de ti. Pretendo a veces controlarlos, pero es en vano; tú, contumaz, te revelas, me sacudes, me provocas, me perviertes, me subyugas, como el viento a las hojas viejas, como el agua brava a las montañas. Entonces me rindo, y con esto digo que no quiero no quererte, no quiero controlar el amor que te profeso inconsciente. Todo lo puedes con tu sangre, con tu mirada franca y con tu boca, que se abre en sonidos penetrantes, se deslizan suavemente y se van instalando en cada rincón de mi cuerpo hasta llenarlo plenamente, con un sinfín de melodías que perturban deliciosamente mi paz.


Tu olor me abre el alma, expande mis pulmones como al respirar el aroma más insinuante; me embriaga y me asalta la lujuria, el salvaje deseo, la excitación sublime, apenas soportable. Tus ojos negros me miran y siento la necesidad de besarte, de extraer de tu boca el brote de sonrisa que me arrebata, que me transporta lejano. Quisiera, egoísta, provocar en ti la risa que me vuelve loco.


Pero tu mirada también me habla, y a veces me dice que me deseas; y cuando tus manos me tocan, cuando me besa tu boca, cuando estoy dentro de ti todo, absolutamente todo trasmuta en placer, y no hay nada más que placer.


Entonces mi cuerpo se convierte en vórtice del huracán, y tus jadeos, tus bocanadas, tu respiración, tus estilizados brazos, tus cimbreantes olas, tus idas y venidas, a veces tiernas, salvajes otras, todo tu cuerpo arranca de mis entrañas una descarga eléctrica que libera mi amor a borbotones, y se dirige a ti, solo a ti, para morir contigo, para morir y resucitar después.


Y al final, inexorable, toda la pasión reverbera, y ¡claro!, ya no quiero no quererte, solo quiero que tu deseo se refugie en mí. Y sueño, y pienso, y solo quiero seguir queriéndote.


Y aún siento que lo nuestro sigue valiendo la pena.'


Al acabar Milena le sonrió emocionadamente, y luego rompió a llorar.

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