La invención de Hugo: Scorsese escribe en 3D su carta de amor al cine

Foto: WARNER BROS.
Quizá esta sentencia ya les suene, y no exageraron a quienes se lo escucharon o leyeron: La invención de Hugo es la primera obra maestra del cine rodada en 3D. Así de claro.

Una historia con tintes dickensianos que se torna como un homenaje al genio de Georges Méliès, y al séptimo arte en toda su extensión, y que basada en un relato ilustrado de Brian Selznick nos presenta a un Scorsese inédito, tridimensional y pletórico.

El vehículo de Scorsese para presentar ante el ojiplático respetable su película más familiar, más entrañable y también la más cinéfila, es Hugo Cabret. El joven Asa Butterfield da vida a un huérfano que vive oculto en el reloj de la estación de tren Gare Montparnasse de París. Allí ha llegado después de la trágica muerte de su padre, un inventor con el que compartía una irrefrenable pasión por cualquier tipo de mecanismo o engranaje.

Oculto entre los recovecos del edificio observa cada día el incesante reguero de viajeros que pasa por la estación, pero su atención se detiene siempre en la tienda de juguetes mecánicos que regenta el viejo Georges (Sir, Sir y mil veces Sir Ben Kingsley), un carcamal que no le quita ojo de encima. Sabe que Hugo anhela muchas de las piezas que están en su tienda y no está dispuesto dejar que el pequeño pícaro se haga con ellas.

Por allí patrulla el Inspector Gustav -interpretado por un Sacha Baron Cohen en estado de gracia- cuyo mayor pasatiempo es mandar niños perdidos al orfanato con ayuda de su dóberman. Mientras tanto, el policía acomplejado por su cojera intenta conquistar el corazón de Lisette (Emily Mortimer), la encargada de la floristería. Pero el ansia de Hugo es mayor que el miedo a ser capturado, así que no cejará en su empeño por hacerse con algunas piezas que le ayuden en su secreto anhelo. Será entonces cuando conozca a Isabelle (Chloë Moretz), la nieta del viejo Georges, una amistad que desatará su gran aventura.

SCORSESE Y SU FÁBULA CINÉFILA

Pero el fin de esta deliciosa fábula no es la resolución de la historia de Hugo, Isabelle, George y los demás personajes de la estación. La verdadera motivación de Scorsese es ensalzar y elevar a los altares la figura de Georges Méliès como singular paradigma de un más extenso homenaje al cine y a sus pioneros. A aquellos locos que vieron en el objetivo una ventana para asomarse a cualquier lugar del mundo conocido... y también del desconocido. Una puerta abierta de par en par a un universo tan solo limitado por nuestra imaginación.

Para hacerlo, para rendir pleitesía a los albores del cine, el director de Infiltrados, Taxi Driver o Uno de los nuestros cuenta con la más vanguardista tecnología de captura del movimiento y 3D. Involuntaria o deliberada paradoja que sirve para una lección -con capón incluido- a todos aquellos que creen que con lanzar metralla tridimensional a las gafas de un respetable atiborrado de palomitas ya está todo hecho.

Y es que el 3D de Hugo no salta hacia el espectador, no lo apabulla ni invade su espacio, sino que consigue que se sienta plácidamente dentro de la historia, dentro de la estación, dentro de su reloj y, también, dentro del taller de Méliès. Es un verdadero, refinado y muy entrenido banquete visual y no la orgía descontrolada a la que la mayoría de producciones tridimensionales nos tiene acostumbrados. No en vano estamos ante el Scorsese más familiar.

Nada vamos a decir de sus once nominaciones a los inminentes Oscar. Lo que pase en Los Angeles el domingo es lo de menos. Por muy bañadas en oro de 24 quilates que estén, las estatuillas son un bien perecedero, la magia de genios como Méliès, o como el propio Scorsese, no.

Te puede interesar