Ira de Titanes, furia entre el respetable

Foto: WARNER BROS.
De la furia a ira... no hay mucha mejoría. Llega a los cines Ira de Titanes, la continuación de la superproducción en 3D Furia de Titanes, que repite los defectos de su antecesora. Y además lo hace, como todo en esta secuela, de forma amplificada.

Por tanto, si te gustó la primera, disfrutarás como un efebo con otra dosis de estridente acción mitológica y tridimensional. Pero de lo contrario...

Y es que ni aunque dejemos nuestros pocos -si fueran muchos el sacrilegio sería totalmente insufrible- conocimientos de mitología griega a un lado e intentemos disfrutar de Ira de Titanes como lo que es, un hueco divertimento palomitero, algo falla en lo nuevo de Jonathan Liebesman.

Y ese algo es el guión. Ira de Titanes está herida de muerte por unos diálogos que, si bien no llegan a ser 'johncartianos' -nuevo término acuñado para mayor gloria del fiasco de lo que va de año- sí son suficientes para dejar en evidencia al equipo de escritores que ha perpetrado el libreto de esta historia. Una historia de la que Perseo (Sam Worthington) vuelve a ser el protagonista.

En esta ocasión es su padre, Zeus (Liam Neeson), quien diez años después acude a él para que le ayude en una pequeña disputa familiar. Su hermano Hades quiere romper el pacto al que llegaron los dioses del Olimpo y liberar a Kronos, padre de ellos dos y también de Poseidón (Danny Huston). El progenitor y señor de los Titanes está preso en el Tártaro y no tienen muy buen recuerdo de sus hijos que antaño le derrocaron. Cosas que pasan hasta en las mejores familias...

Y para evitar que su hermano haga algo que supondría el caos absoluto y el fin de la humanidad, Zeus vuelve a confiar en su vástago semidios que lo hizo bastante bien hace una década. Pero ahora Perseo tiene un hijo, y no será tan fácil sacarle de casa para empuñe la espada contra titanes, quimeras, minotauros y demás criaturas.

En esta difícil empresa Perseo contará con el apoyo de la reina Andrómeda, interpretada por Rosamund Pike, y de Agenor (Toby Kebbell), un medio primo graciosete hijo de Poseidón. Otro semidios pero que no muestra el más mínimo atisbo de poder en toda la cinta si exceptuamos su cansino empeño en intentar, sin ningún éxito, poner la vis cómica entre tanta épica. Un fiasco total.

PLEGARIAS AL OLIMPO

Quienes también van perdiendo y ganando poderes como si estuvieran jugando a la ruleta de la fortuna son los dioses que ahora, cosas de la fe, se debilitan si los humanos no les rezan lo suficiente. Una plegaria a tiempo para evitar derrochar tanto esfuerzo y medios en tremendos -pero ya no sorprendentes- efectos especiales y en una fastuosa puesta en escena no hubiera venido nada mal.

En ella hubiéramos pedido a Zeus y cía que iluminaran el camino de productores, guionistas y director para que, en lugar de cebarse en los fuegos de artificio tridimensionales, cuidaran mínimamente 'detallitos' como la coherencia de la historia, el ritmo narrativo o los diálogos que osan poner en boca de figuras tan emblemáticas como Neeson, Nighy, Fiennes o Huston.

Y recitamos otra oración, la última ya, para que la cosa no vaya a mayores y de la furia -y posterior ira- no pasemos al enfado, al arrebato o al berrinche de titanes, dioses, semidioses, reyes o mortales. Basta ya.

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