REPORTAJE

Woody Allen, ‘ateo descreído'

Cerca de los 80 años, el genial director de cine presenta este viernes Magia a la luz de la luna, protagonizada por Colin Firth, que encarna a un mago británico que intenta poner en evidencia a una falsa vidente esteadounidense, Emma Stone

Pudo ganarse la vida como prestidigitador, pero afortunadamente se dejó seducir por la pantalla. Medio siglo después, y al filo de los 80 años, Woody Allen estrena una comedia romántica sobre un ilusionista dedicado a desenmascarar espiritistas porque sigue siendo "un estricto ateo descreído". "Me gustaría que hubiera una solución mágica que nos salvara a todos, pero no tiene pinta de que haya ninguna magia. Parece que (...) lo que ves es lo que hay. No hay un mundo especial ahí fuera con muertos sentados en círculos y pasándoselo bien", relata Allen.

Una charla restringida en el marco de la promoción del largometraje "Magic in the Moonlight" ("Magia a la luz de la luna"), que se estrena este viernes en España y que protagoniza el oscarizado Colin Firth, en la piel de un mago británico que intenta poner en evidencia a una falsa vidente estadounidense, interpretada por Emma Stone.

Para su nueva película, rodada en el sur de Francia, el director se inspiró en el célebre ilusionista húngaro Harry Houdini (Budapest, 1874-Detroit, 1926), y en la corriente de autoproclamados mediums que en los años veinte del pasado siglo "engañaban a la gente por su dinero" mientras invitaban a "profesores de renombre de universidades como Harvard o Yale, en Estados Unidos" a intentar desvelar sus secretos.

Desde la sorna y la incredulidad, el director de Brooklyn se compromete a regresar con noticias si, una vez muerto, encuentra la manera de comunicarse con los vivos. Igual que Houdini, que antes de fallecer a causa de una peritonitis "dijo que lo intentaría y, si fuera posible, en Halloween", expone Allen con voz acompasada.

El neoyorquino de cuerpo enjuto y gafas de pasta que ha llevado "una vida sin esperanza, aterradora, que no tiene sentido ni objetivo", vuelve, circularmente, a su racionalista forma de entender la existencia. "Cada cien años es como si se tirase muy fuerte de la cadena y todo se fuera. Y cien años después lo mismo... No hay forma de salir de ello, solo esos pequeños momentos: vas al cine, escuchas una sinfonía de Mozart, te enamoras de alguien... Pero todo se va y todas las sinfonías de Mozart y las obras de Shakespeare se irán", abunda.

Woody Allen no cree en los hechizos y derivas sobrenaturales, pero sí en la fuerza de las ilusiones ópticas, que a punto estuvieron de convertirse en su profesión. Con solo 16 años ya despuntaba como cómico y empezó a firmar contratos para escribir guiones de televisión. Desde entonces nunca se separó de la pantalla, fuera de cine o de televisión. Pero no abandonó su afición por crear ilusiones. Simplemente, cambió el teatro de variedades por las salas de cine.

Allen, que presume de que en cincuenta años no ha leído una sola crítica o entrevista que le hayan hecho y que nunca ve sus propias películas después de terminarlas, supera su angustia vital con distracciones y, sobre todo, haciendo más películas. "Si te distraes, si ves baloncesto, si practicas magia, si ves películas, si intentas escalar una montaña... te centras en eso y no piensas en lo demás. Si no hago películas me quedo en casa, no hago nada y tengo esos pensamientos horribles. Así que hacer películas es una distracción magnífica", resume.

Entre sus pasatiempos, se queja, hay menos salidas al cine porque "cada vez es más y más difícil encontrar buenas películas. No fui a la universidad. No necesito películas intelectuales, solo necesito una película que mantenga el interés normal de una persona", concluye el director.

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