Cuando la altura es un cruel castigo

Alexander Sizonenko, triste y cruel final de otro gigante del baloncesto mundial.
La pasada noche de Reyes murió el ex jugador de baloncesto ruso Alexander Sizonenko. Un gigante que dejó huella durante las décadas de los 70 y 80, en gran parte por calzar un 63, pesar 180 kilos y medir entre 2,43 y 2,48 metros según qué fuentes.
Es sencillo concluir que tal envergadura y altura predestinaran a Sizonenko a la tarea de meter canastas, como a otros gigantes famosos: Manute Bol (2,30), Muresan (2,31), el español Roberto Dueñas (2,21) o el recientemente retirado Yao Ming (2,29).

Pero más altura no significó siempre el éxito profesional y sí un cúmulo de problemas físicos, causados por ese factor diferencial, el 'gigantismo', una enfermedad consistente en la excesiva secreción de la hormona de crecimiento. Una condena de por vida para el desgraciado.

Sizonenko había pasado por los quirófanos desde los 15 años. El terrible desgaste físico causado por un deporte de élite le condenó a la invalidez. Malvivía en un piso comunal de un barrio obrero de San Petersburgo, sin calefacción, junto a un hijo y con la cabeza a apenas diez centímetros del techo. Con 820 rublos de pensión (23 euros) y terribles dolores óseos.

En 2004, el escultor alemán Guntther von Hagens le ofreció una pensión vitalicia de 200 dólares a cambio de donarle su cuerpo para disecar. 'No soy un espantapájaros', respondió con orgullo Sizonenko, fallecido a los 52 años.

A los 44 murió el año pasado el argentino Jorge 'gigante' González (2,31). Cambió el baloncesto por la lucha libre americana pero terminó en una silla de ruedas, con 200 kilos y una diabetes galopante.

Para todos ellos, la altura fue un cruel castigo en lugar de una bendición.

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