José Luis Gómez, colaborador de La Región, realiza un avance de su libro

'Menos sueldos y más impuestos no puede ser la única salida de la recesión en España'

José Luis Gómez, con su libro. (Foto: Xurxo Lobato)
Ante la imposibilidad de un cambio a corto plazo de su anquilosado modelo productivo, la llamada devaluación interna se vislumbra como la única salida de la recesión en España; es decir, salarios y precios más bajos.
La historia, a veces, se repite. Según ha contado Xabier R. Blanco en La Región, al gallego Julio Camba, maestro de periodistas y escritor con una pegada demoledora que no acostumbraba a ahorrar palabras, le sorprendió en EE UU la crisis del 29. En sus certeras y a veces hilarantes crónicas llegó a reflejar que mientras Europa se achicaba en tiempos de escasez económica, en el país del Tío Sam se espantaban los miedos con el tintineo de los dólares en el bolsillo. «Gaste usted un dólar más al día», recomendaba el Gobierno desde grandes espacios publicitarios. «Claro que para poder gastarlo, también hay que ganarlo», reflexiona Blanco con buen criterio.
La crisis financiera es mundialmente reconocida como el peor colapso económico desde aquella Gran Depresión de 1929. Fue calificada originalmente como crisis subprime, en referencia a los problemas producidos en el financiamiento del sector inmobiliario estadounidense, pero a medida que los mercados financieros resultaban afectados internacionalmente, se pasó a tratarla como crisis financiera global.
Esta crisis se precipitó a raíz de una burbuja constituida en el mercado inmobiliario estadounidense, que comenzó a formarse al tiempo que muchas personas pasaron a comprar viviendas con la expectativa de que su revalorización permitiría refinanciar sus hipotecas con beneficios. Semejante maquinaria fue posible gracias a los productos financieros complejos: swaps, CDO, CDS…, a los que recurrieron, además del gigante Lehman o el no menos gigante Goldman Sachs, los nacionalizados o rescatados Fannie Mae, Freddie Mac o AIG.
Todo esto se fue gestando en 2001 y 2002, cuando Estados Unidos atravesaba un período de recesión en el transcurso del reventón de la burbuja de precios de las empresas tecnológicas y todavía bajo el impacto de los atentados del 11 de septiembre de 2001.
La crisis económica mundial tuvo una mayor incidencia en España que en los otros países grandes de la UE, lo cual se tradujo en una fuerte contracción de la economía y en un aumento histórico del desempleo. En España, las causas de este cambio de tendencia no pueden atribuirse exclusivamente al impacto internacional de la crisis financiera iniciada en EE UU, sino también a las propias debilidades del patrón de crecimiento, ligado en exceso a la construcción. De facto, la vivienda se había convertido en un motor importante de la economía, entre otras cosas gracias a la liberalización del suelo, lo cual ayudó a crear un gran número de empleos tanto directos como indirectos.
La evolución de los precios de la vivienda fue muy pronunciada al alza, al pasar desde los 692,7€ por metro cuadrado en 1995 y los 893€ por metro cuadrado en el 2000, hasta los 2.085,50€ por metro cuadrado en 2007, punto de inflexión de la burbuja inmobiliaria. Ya en 2012, el precio de la vivienda sufrió su mayor caída desde 2007, al descender su coste durante el tercer trimestre un 15,2 % respecto al mismo periodo del año anterior.
Fue en 2008, con el inicio de la crisis actual, cuando se produjo el final de un ciclo expansivo de la economía española, a pesar de que en ese ejercicio todavía seguía creciendo, manteniéndose el paro en el nivel más bajo de los últimos 30 años. Pura fachada. Todo era ya un espejismo, porque la crisis estaba minando el país.
Ya Joseph Alois Schumpeter postuló que los ciclos de la economía comienzan y terminan con innovaciones tecnológicas. «Con independencia de que esta pueda no ser una crisis cíclica, el punto de inflexión sí puede ser común: sentar las bases para que tales innovaciones se produzcan», señala María Bastida, profesora del Departamento de Organización de Empresas y Comercialización de la USC. En definitiva, a su juicio, la solución pasa por una apuesta decidida en capital intelectual. «La inversión del Estado no tiene por qué ser directa, sino indirecta; no es tanto generar empleo y crecimiento económico como sentar las bases y establecer las condiciones para que se produzcan», concluye en un análisis que hizo para este libro. El filósofo, político y científico estadounidense Benjamin Franklin también había expresado algo así en su día: «No hay inversión más rentable que la del conocimiento».

Alemania y los mercados

Maniatada por su endeudamiento público y, sobre todo, privado, España pronto quedó en manos de Alemania y de los mercados. En definitiva, la situación de España, a la vista de sus datos socioeconómicos (paro, déficit, endeudamiento…) y de los testimonios de sus ciudadanos en las encuestas, alcanzó tintes de desesperanza, que en algunos casos se volvieron dramáticos.
Dicho en pocas palabras: el problema económico y laboral de España es de crecimiento, competitividad y productividad. Los españoles se quedaron sin la construcción y, de buenas a primeras, no supieron qué hacer para suplir ese tremendo vacío.
Semejante aumento del endeudamiento de empresas y familias y, como resultado, de los bancos y las cajas de ahorros tuvo que ver con la abundancia de liquidez en pleno boom inmobiliario, el descenso de los tipos de interés y la escasa percepción del riesgo. Ahora, volver a la normalidad consumirá años, probablemente unos cinco, por lo que hasta el 2015 o 2016 no se alcanzará un nivel normal de deuda, con la repercusión negativa que eso tiene en términos de inversión y de crecimiento. Por tanto, antes de volver a invertir habrá que pagar lo mucho que se debe.
La banca es todo un problema. Según Francisco J. López Lubián, profesor del Área de Finanzas del IE Business School, la crisis de liquidez a la que los bancos se enfrentaban en el verano de 2012, sobre todo en España, se derivaba de una falta de confianza en la solvencia de esas entidades, que estaría más que justificada. En realidad, esa situación provenía de mediados de 2011 y, desde entonces, todos los anuncios y promesas de limpieza en los activos afectados se incumplieron sistemáticamente.
Hablemos claro: los bancos españoles cruzaron 2012 en pérdidas y aquellos que se salvaron de los números rojos fue por sus negocios en el exterior. La banca tiene hoy en día los empleados y las oficinas que tenía en 1993, el año de la última gran crisis española, está cada vez más concentrada en Madrid y sus operaciones de créditos concedidos se dirigen mayoritariamente a empresas de Madrid y Cataluña, lo que empieza a ser una amenaza tan real como tal vez poco conocida en el resto de España. En resumen, menos oficinas, menos empleados, menos negocio, más centralismo financiero y más pérdidas; incluso en la banca privada supuestamente sana, como el Santander, que en diciembre de 2012 anunció el cierre de 700 sucursales tras integrar Banesto en su estructura. Tanto es así que el Santander prevé que en 2016 el número de oficinas bancarias en España será de 30.000 frente a las 39.000 de 2012 y las 46.000 de antes del estallido de la crisis.
Pero volvamos al epicentro del caos. En octubre de 2012 se supo que Bankia había sufrido las peores pérdidas de la historia financiera española. Sus números rojos alcanzaron el récord de los 7.053 millones de euros hasta septiembre de ese año, en el que la entidad cubrió el 75 % de los saneamientos inmobiliarios exigidos. Del descontrol financiero en el país puede dar idea que el Banco de España concluyó en 2011 que Bankia era muy solvente. Tanto, que su servicio de inspección situaba al grupo de Rodrigo Rato mejor que a Santander y BBVA en diciembre de dicho ejercicio, solo seis meses antes de su colapso. La altanería de ciertos personajes que acampan en la plaza de Cibeles parece querer compensar la humillación que sufrieron en el Banco de España cuando fueron ninguneados por incompetentes, hasta el extremo de perder la confianza de las instituciones europeas. Casos como el de Bankia, que ahora preside José Ignacio Goirigolzarri, pero también otros como los de varias cajas o bancos medianos como el de Valencia o el Pastor —ambos desaparecidos— dan mucho que pensar sobre el descontrol del sector en España. Por no hablar de esa frase ya famosa del vicepresidente de la patronal española, Arturo Fernández: «Aprobamos las cuentas de Bankia rápido para quitárnoslas de encima».
Para que el sistema financiero vuelva a funcionar hay que restablecer la confianza, empezando por el mercado español. La solución técnica que se adoptó —el plan de recapitalización de bancos por parte de la UE— no garantiza por sí sola la reactivación del sistema, a no ser que se implanten planes de reconversión (de desaparición, en algunos casos) de las entidades financieras objeto del rescate, como advierte el profesor Lubián. Y en cualquier caso, para que la confianza se mantenga a medio y largo plazo será preciso establecer mecanismos de supervisión que eviten, o al menos dificulten, la repetición de lamentables situaciones conocidas.
Hay algo, como asegura Paul Krugman, profesor de Princeton, que podría resumir este primer capítulo: España no se metió en problemas porque los últimos Gobiernos hayan gastado mucho: «Los grandes déficits aparecieron cuando la economía se vino abajo y arrastró consigo los ingresos, pero, aun así, España no parece tener una deuda (pública) elevada». Krugman tiene el aval de los números: el gasto público de España en relación al PIB es del 45 %, diez puntos por debajo de Francia. Rajoy quiere llevarlo al 35 % en 2017. No parece muy lógico, porque cada vez somos más y precisamos un Estado fuerte. La España de 2013 es un país con 46,8 millones de habitantes, seis millones más que diez años antes.

Te puede interesar