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La tierra, valor emocional

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photo_camera La estructura de la tierra, muchas veces minifundista, dificulta la rentabilidad.

El sector primario necesita un impulso decidido. Sin embargo, conviene reflexionar y reconocer que uno de los lastres es una estructura de propiedad incompatible con una producción moderna y, sobre todo, rentable.

Sabido es que los gallegos nos sentimos profundamente unidos a nuestra tierra. No me refiero en este caso a la muiñeira y el lacón con grelos que nos hacen saltar las lágrimas cada vez que los topamos más allá del Padornelo. Hablo de la tierra que podemos tocar con nuestras manos, de las leiras que adornan, esa parece ser su función, nuestros concellos a miles. Esas fincas a las que hemos dado nombre pacientemente durante siglos a medida que las troceábamos en divisiones infinitesimales como si del último chipirón de la ración se tratase. Ni el rey Salomón sería tan eficaz como un gallego subdividiendo ad infinitum para lograr acuerdos justos y perniciosos a un tiempo.

Quien lo observe desde la distancia quizá lo interprete como amor romántico por nuestros parajes pero lo cierto es que la relación con nuestra tierra dista mucho de ser idílica. La gran mayoría de los campos se encuentran llenos de maleza, sin ningún tipo de ordenación y son a menudo pasto de incendios intencionados. 

Para comprender mejor este sentimiento tan galaico quizá debamos recordar que durante siglos estas tierras han sido el escenario de duras tareas que han formado parte de los peores sufrimientos de nuestros antepasados. Piensen únicamente en el ingente trabajo necesario para amurallar cada una de nuestras ínfimas parcelas con el cuestionable objetivo de defenderlas de las invasiones del vecino. ¿Se imaginan que hubiésemos dedicado semejante esfuerzo colectivo a algo que realmente fuese provechoso en lugar de dejarlo ir por la alcantarilla de nuestros miedos?

"Las son ahora improductivas, inservibles para dar sustento a una familia, condenadas a una estructura de propiedad anacrónica"

Es por ello que mi interpretación, disculpen el atrevimiento, es que ese pretendido valor no lo concedemos a la tierra sino al pasado. Son muy loables los esfuerzos que nuestros abuelos realizaron en su tiempo para adquirir y trabajar estas tierras y no queremos de ningún modo deshonrarlos. Olvidamos, sin embargo, que para ellos esos sacrificios tenían un significado, no querían tierras para contemplarlas extasiados sino para obtener un rendimiento para la economía familiar y es aquí donde hemos perdido el enlace que daba sentido a todo. 

Nuestras tierras son ahora improductivas, inservibles para dar sustento a una familia, condenadas a una estructura de propiedad de un tiempo donde no existían los tractores y la maquinaria que ahora convierten las explotaciones agrícolas en rentables. 


Agrupar y ordenar


Nuestras micro-leiras, abramos los ojos, carecen hoy de valor y sólo lo recuperarán en el futuro en la medida en que podamos darles una función productiva. Una función que pasa irremediablemente por agruparlas y ordenarlas, dotándolas de las infraestructuras que necesitamos para poder  trabajarlas y aprendiendo de anteriores procesos de concentración para evitar las zancadillas que nos ofrecerán, sin duda, la nostalgia y el ego.

Por supuesto, tenemos también la opción de seguir mirando hacia otro lado, esquivando la responsabilidad de ordenar nuestro territorio y viendo cómo nuestras familias pierden la oportunidad de vivir en sus pueblos, en las casas que también fueron de nuestros mayores y que pronto caerán arruinadas por nuestra inacción. 

En esta batalla por la supervivencia del rural no nos servirán de ayuda las viejas ideas que no aplican ya a la nueva economía globalizada, debemos ser valientes y apostar por un futuro que nuestros abuelos no podían siquiera imaginar. Su orgullo será que no hayamos echado a perder las fincas que con tanto esfuerzo trabajaron y que duermen hoy bajo el manto de los toxos y la desidia.

Quizá nos convenga poner por fin las luces largas y observar el futuro desde una perspectiva comunitaria en la que todos ganaremos si conseguimos dinamizar nuestros recursos naturales y crear valor en nuestras áreas rurales. Requerirá de nosotros el mayor de los esfuerzos: ser generosos con nuestro vecino y superar el lastre del valor emocional de la tierra. 

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