CRÓNICA

Cosas espectaculares, bellas y algunas cursis

Me gustan este tipo de actos para ver cosas bellas, como la mesa de firmas, las magníficas alfombras de La Rela Fábrica de Tapices o la espectacular pluma estilográfica usada por el rey dimitido

Prendada me quedé de la sonrisa y los ojitos expresivos del nuevo rey. Ya sé que son los mismos de la semana pasada, pero sería el calor, el poder, la corona que no llevaba, ¡yo qué sé! Lo vi más guapo, maduro, serio y convincente.

¡Por fin!, un acto institucional laico sin crucifijos ni bendiciones, en una España aconfesional. A ver si seguimos el ejemplo y eliminamos los símbolos religiosos de todo el país. A la Semana Santa que no me le toquen.

Escuché con interés todo el discurso. Me gustó, aunque un poco largo. Los entendidos dicen que pasados los quince primeros minutos de un discurso, pocos mantienen la atención y casi todos nos ponemos a pensar en nuestras cosas. También aconsejan no decirlo todo de una vez, pero ya comprendo que el nuevo rey tenía mucho que decir, muchos palos que tocar y debía de ser un discurso para la posteridad, para ser analizado, comentado, alabado y criticado. Seguramente tenia que ser así y así lo escuche. Un poquito más de pasión tampoco estaría mal. ¡Yo qué sé!

Claro que para parlanchines, la mayoría de los reporteros de las televisiones que cubrían la información en distintos escenarios. Repiten datos un millón de veces, repiten frases manidas y lugares comunes, ¡no callan! No dejan oír el sonido ambiente, los cascos de los caballos, la música militar, los gritos de la gente. ¡Unos pelmas! Habría que mandarlos a hacer un cursillo a la BBC para que pierdan ese miedo que tienen al silencio y aprendan que la tele es, además de palabra, imagen y sonido.

Un poco pesadita Letizia con la atención a las niñas, su sobado de melena, sus gestos y miradas; como cuando les sugería -eso interpreté yo, no sé las niñas- que juntaran las piernas. Echo de menos las travesuras espontáneas de Froilán.

Las princesitas, infantitas o lo que sean ya han conseguido lo mas difícil: aprender a mantener los brazos quietos, pegados al cuerpo, a moverse despacio y sin aspavientos en lugares cerrados. Tampoco estaba mal que alguien les pusiera unos cojines para apoyar los pies, ¡con lo que se hinchan colgados de la silla!

Desde que descubrí el “Sumial” contra los temblores de voz, cada vez que tengo que hablar en público me pego una dosis. Me consta que varios hombres y mujeres públicos también lo toman.

Y voy al capítulo moda. ¡Qué difícil es vestirse de ceremonia, sea boda o toma de posesión, bautizo o comunión sin caer en el ridículo! Desde mi primera juventud, allá por los años cincuenta del siglo pasado (ya voy por la cuarta, la juventud), detesto los llamados “abrigos de verano o de vestir”. Desde ayer, después de ver los de las ministras Soraya y Fátima, mi rechazo es ya inconmensurable. La Alborch, sentada en la tarima principal, sigue fiel a su modisto preferido, el japones Isay Miyaqui, del que se ha autoproclamado representante en España. Ella, tan grandona, bien pagada y valencianona puede permitírselo. La que no se puede permitir algunos excesos, por muy vicepresidenta segunda del Senado que sea, es doña Yolanda Vicente, sentada en la tarima de autoridades, vasca y tirando a roja, a la cual la naturaleza no le dio el sentido de la oportunidad. Está en su derecho de mantenerse todo lo gordita que quiera pero, ¡por Dios, no se ponga minifalda!... A la señora vicepresidenta del Congreso, Celia Villalobos, simpática ella, dicharachera, encantada de conocerse y un poco tirando a vasta, le perdono casi todo, incluido el vestuario.

La ya ex reina mantiene su estilo rococó y de costurera de barrio y, en esta ocasión, la infanta, princesa o lo que sea ahora Elena, se pasó a la blusa con chorreras. ¡Con lo rompedora que nos era! Da la sensación de que está cayendo en la tentación de volver a los horrorosos vestidos que le ponía mamá en la adolescencia. Sospecho que el gran Antonio López no se decide a acabar de pintar el cuadro de la familia, empezado hace casi veinte años, por lo cursis y pasadas que aparecen las entonces infantas con sus vestiditos juveniles.

Y me lanzo sobre la reina Letizia. Que me perdone su majestad, pero su “abriguito de verano o de vestir” era impropio de su edad, de su estilo, rayando lo cursi, poco favorecedor. No era la Letizia que nos sorprendió en aquella boda real europea con su vestido rojo y sexi. Convertirse en reina no quiere decir que te pases al estilo teresiano-monjil. Se puede ser elegante, moderna y rompedora (vease Michelle Obama). ¡Cuánto extraño a Sonsoles en estas ceremonias!

¿Y los hombres? Tan grises y aburridos como corresponde a su estatus y edad. Les pasa como a la reina Letizia; tienen miedo a desmelenarse y se mantienen rígidos, hieráticos, frontales y adosados al marco en esto de la moda.

Mi amiga Ángeles, una admiradora de la belleza y el arte de las joyas, echaba de menos la exhibición de zafiros, esmeraldas y demás que nos hizo hace poco la reina Máxima de Holanda, tan plebeya como la nuestra, en su coronación. Letizia se pasó de austeridad. ¿Qué piensa hacer con el joyerío real? Espero que por lo menos organice una exposición para que podamos solazarnos con ellas. La belleza y el arte no deberían de molestar a nadie.

¿Alguien sabe dónde estaban, qué hicieron los reyes y sus hijas en el rato que va desde que acaba el acto del Congreso hasta que salen a la calle? Mi fuente no es fiable, pero tengo para mí que aprovecharon el rato para echarse unos pises, que entre los nervios, las sonrisas y los apretones de mano, las vejigas se relajan más de lo deseable y aún les faltaba mucha ceremonia.

Preocupante el gesto tenso y cansado de los ex González y Zapatero -a Aznar con tanto cuidarse y quererse no hay quien le tosa-. Está claro que los sueldazos y los consejos de administración no dan la felicidad.

Estas fueron las sensaciones, reflexiones y paridas que se me ocurrieron después de tres horas y media pegada ayer al televisor.

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