POLÍTICA 'VINTAGE'

Viaje al centro de la política a través de cinco generaciones

El beso de un jobubi, la guerra del sombrero, o el sonido de una Blackberry tienen en común la forma en que los grupos de contemporáneos condicionan la vida de los partidos.

El beso de un jobubi

La primera decisión de Íñigo Urkullu como lehendakari fue dar un beso a su madre y a su tía que lo esperaban en Alonsotegi. La carrera de los jobubis, jóvenes burukides de Bizkaia, había medrado al calor de las lubinas que prepara Andoni Ortuzar, presidente del partido —el Euskadi Buru Batzar (EBB)— para que Urkullu se las deje en el plato.

El acrónimo salió de la crónica de un periodista del El Correo, Ramón Amur,  y acuñó la generación perdida del PNV. No por desorientada, sino porque eran los primeros jeltzales en sentarse en la oposición y ver cómo Patxi López se había atrevido a recitar en castellano, “de pie en tierra vasca”, a la sombra del árbol de Guernika.

Los jobubis se bautizaron al precipitarse un cabreo de Arzalluz sobre las cabezas de Koldo Mediavilla, Joseba Aurrekoetxea, Íñigo Iturrate, el saliente portavoz del grupo vasco en el Congreso, Aitor Esteban, y los anteriormente citados. Era diciembre del 95 y a Errexil, mote de Arzalluz, no le gustaba el derecho de asociación dentro de Sabin Etxea.

Los jobubis se sentaron al lado de la cama donde agonizó el Plan Ibarretxe. Esperaron su momento. El instante en el que 325.968 -un 30,5%- vascos validaron el regreso del PNV a la lehendakaritza. El mismo día que el PP volvía a ocupar San Caetano.

Suenan las Blackberrys en Nicaragua

El socialismo blackberry es el epíteto mejor construido de los últimos tiempos. El PSC fue durante décadas el partido del cinturón rojo de Barcelona, de la propia Barcelona y llegó a ser el de la Generalitat. Cuando no, cuando Montilla perdió las elecciones de 2010, a la Blackberry -el smartphone- le quedaban los últimos días de oro en el mercado. Por esas fechas, la prensa catalana ya había publicado que el sonido de los teléfonos tintineaba el carrer Nicaragua, en la sede del PSC.

Un grupo de jóvenes crecidos al calor del partido planeaban el asalto al post-maragallismo cruzándose mensajes. Eran Jaume Colboni, Laia Bonet, Núria Parlón, Consol Prados, Albert Aixalà, Meritxell Batet y tantos otros que detalla Iñaki Ellakuria, periodista de La Vanguardia. Algunos ascendieron, pero lejos de aquel objetivo, diluido desde hace años. Colboni es responsable del socialismo en el ayuntamiento de Barceloana y un eterno aspirante a todo en el PSC. Parlón es la alcaldesa de Santa Coloma de Gramanet que apostó fuerte por Eduardo Madina en el congreso que elevó a Pedro Sánchez. Precisamente junto al secretario general, Meritxell Batet luce como fichaje estrella para el 20D y una de los puntales del equipo de Sánchez: fue la encargada de coordinar el programa electoral del PSOE. Otra blackberry, Rocío Martínez-Sampere dirige la fundación Felipe González.

Buena parte de este generación renunció al poder del partido en favor de Pere Navarro, el líder en los días de pan y agua, y a formar un grupo visible dentro de la vida orgánica del partido. De pronto, las blackberrys dejaron de sonar en Nicaragua.

La guerra del sombrero en el PPdeG

Entre las boinas y los birretes. Las boinas simbolizaban al PP del poder rural, al de la romería anual en Monte Faro -a imagen y semejanza del Aberri Eguna del PNV- donde Cuíña, Baltar o Cacharro hacían una enchenta apologética de partido a una forma de ver la política. La perspectiva contraria a la de los birretes, tecnócratas conservadores de ciudad y orígenes nobles.

Todos bajo el paraguas de Romay Beccaría, el político de España con más años en posesión de un cargo público -ahora preside, con 81 años, el Consejo de Estado-, bajo el cual se arrimaron muchos de sus pupilos bien ubicados en las estructuras de la administración: Alberto Núñez Feijóo y Mariano Rajoy son dos de ellos. Las boinas y los birretes lucieron (políticamente) los espolones en más de una ocasión. Tras la crisis del Prestige, Génova y el partido en Galicia se enfrentaron por el puesto de control de daños. Cuíña quería que la Xunta tomara la responsabilidad. Madrid, no. Fraga, que hace semanas venía manteniendo conversaciones con Xosé Manuel Beiras, se encontró en medio.

Precisamente las sucesiones provocaron las otras. La de Cacharro en Lugo, Baltar en Ourense y el propio Fraga, cuyo poder recaló en Núñez Feijóo tras el congreso que puso, si no fin, sentencia a la generación de las boinas.

Los 'coagas' y los 'pexegos'

No son contemporáneas. Ni siquiera son generaciones propiamente dichas. Los ‘coagas’, Coalición Galega, fue -es, todavía conserva el nombre y cierta actividad, la última dentro de Nós-Candidatura Galega- una marca de galeguismo conservador, con resultados francamente interesantes durante su apogeo a mediados de los 80, como el escaño de Senén Bernárdez por Ourense en las generales de 86, y los once diputados autonómicos conseguidos en el 85.

Coalición Galega germinó con las primeras manifestaciones de las boinas que luego fueron clave en el PP. El empresario ourensano, impulsor de Coren, Eulogio Gómez Franqueira tuvo carné del partido de la piña, después de tener el de la UCD. Otros lo cambiaron por el del Partido Galeguista y entidades del nacionalismo ubicadas en torno al centro. Sus tentáculos provinciales, en Ourense formaba  dúo con Centristas de Galicia, les granjeó buenas cotas de poder. Barreiro Rivas fue una sus caras más visibles, durante un tiempo en la vicepresidencia de la Xunta y en la “treta”, como suele decir el catedrático de Ciencia Política, que promovió el relevo de Albor por el de González Laxe en la Xunta.

Los ‘pexegos’, el Partido Socialista Galego (PSG), representaba al socialismo nacionalista -a la izquierda del PSOE-  durante el tardofranquismo y la Transición, Beiras y Ramón Piñeiro fueron parte de él. Dos partes que simbolizaron el después de los ‘pexegos’. Una parte optó por formar la federación del PSOE en Galicia -el actual PSdeG- y otra participó en la creación final del Bloque y las marcas que le precedieron. El partido fundado entre otros por García Bodaño o Cesáreo Saco perteneció a la FPS (Federación Socialista Ibérica) pero en su destino tuvo mucho que ver el dilema de unirse o no a Felipe y Guerra. “Beiriñas, hay que entrar en el SOE”, le dijeron en una ocasión. Él se negó. Pero González Laxe o Ceferino Díaz -que después encabezó el sector más galeguista del PSdeG- cruzaron la otra puerta.

Dentro del PSG que se fusionó con la UPG y otros partidos para formar el BNG, también hubo distonías. A comienzos de los 80 se forma el Bloque, mientras lo que queda del PSG decide ir con Esqueda Galega en coalición (PSG-EG).

El clan de los andaluces

“Antes que marxistas, somos socialistas”, dijo Isidoro, el nombre en clave de Felipe González en la clandestinidad en el debate entre el PSOE histórico y los renovados, o los del interior, se uniera a la familia socialdemócrata europea, donde les esperaban Willy Brandt, Mitterrand u Olof Palme.

Entonces, el llamado clan andaluz, encabezado por González, Guerra y Manuel Chaves salió victorioso del Congreso de Suresnes, la reunión que forma parte de la Biblia del PSOE. Txiki Benegas y Nicolás Redondo -secretario general de la UGT que después convocó tres huelgas generales contra los gobiernos de Felipe- no eran andaluces, pero estaban ahí, y no dejaron de estarlo durante los 80.

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