PERFIL

El presidente en su laberinto

Mariano Rajoy tiene pocos hilos de Ariadna de los que tirar en busca de aliados para formar un gobierno estable, vista su mochila

Un mensaje centrado en la recuperación económica del país que se aprecia en el último año de su mandato, y la cercanía popular, en un sorprendente giro a su imagen personal durante la campaña electoral. Estas han sido las claves de la victoria del líder del Partido Popular. Mariano Rajoy Brey (Santiago de Compostela, 1955), hombre bregado en las mil y una batallas que ha librado a lo largo de sus 35 años de carrera política, siempre en silencio y de forma discreta —haciendo bueno el dicho de que solo el gallego sabe si sube o si baja una escalera—, lo ha vuelto a conseguir. Ha ganado las elecciones generales de 2015.


Pese a la grave crisis económica con la que se topó al llegar a la Moncloa y a las duras políticas que tuvo que acometer, que le valieron una huelga general ya pronosticada por él mismo a sus socios europeos; pese a la imagen joven y dinámica de su principal oponente, Pedro Sánchez (PSOE); pese a la aparición de dos nuevas fuerzas políticas emergentes —Podemos y C's— que irrumpieron como un tsunami en medio del ruido catódico y a golpe de 'trending topic'; pese a su “Luis, sé fuerte” y los casos de corrupción de su partido de los que parece haber salido indemne; pese a todo ello, ha sabido mantenerse en el mismo lugar para que nada cambie... o casi. Porque vistos sus resultados, tendrá que desempolvar su olvidada faceta negociadora si quiere conseguir una legislatura tranquila.


Su mandato ha sido uno de los más difíciles, aunque ha contado con la ventaja de su mayoría absoluta. Llegó a la Moncloa con 11 millones de votos y 182 escaños, una de las cifras más altas obtenidas en la historia de la democracia española, y una experiencia de la que él mismo presume como el mejor valor frente a sus rivales: concejal, presidente de la Diputación de Pontevedra, vicepresidente de la Xunta y seis veces ministro con José María Aznar, quien le nombró su sucesor. Y su receta para triunfar, a falta de carisma, siempre ha sido la misma: aguantar, como aguantó ocho años en la oposición en una dura travesía por el desierto y con una significativa parte de su partido en contra. Cierto es que esta noche gran parte de aquellos votos se han perdido por el agujero de la austeridad, el rescate a la banca, las preferentes y la Güertel, y por un nuevo panorama político que se ha abierto en el país. Pero ahí está, superviviente nato, discreto y ganador.


Mariano Rajoy, tercer gallego en la historia en convertirse en presidente del Gobierno, ha hecho de las cualidades que le llevaron a estar donde está su particular mantra: tesón, sagacidad y, sobre todo, paciencia. Sin embargo, a este pontevedrés de adopción le falló en su mandato su falta de diálogo: dejó de ser aquel hábil negociador del que hizo gala cuando era ministro para dar una salida al problema catalán. Y, sobre todo, pecó de falta de empatía con una población que vio cómo se agrandaba la brecha entre ricos y pobres.


Para compensarlo, esta campaña dejó ver su lado más humano, ese que lo aleja de la imagen de diputado en Cortes decimonónico discutiendo en el casino puro en mano. Se subió al carro de la televisión y las redes sociales y así, pudimos verlo en una entrevista de sofá y futbolín en casa de Bertín Osborne, lanzándole, aunque de forma cariñosa, una colleja a su hijo, y reaccionando de forma serena cuando recibió un puñetazo durante un paseo por Pontevedra, en un gesto que le honra y que a buen seguro le habrá granjeado un buen número de votos indecisos.


Nada que ver con lo que han sido sus cuatro años de gobierno. Ha sufrido, nada más iniciar su mandato, el llamado 'mal de la Moncloa' que aísla a los gobernantes en Palacio y los desconecta de la realidad. Él se desconectó... levantando un muro de televisión de plasma. Se rodeó de su particular 'old boy's club' con alguna mujer, tres de cuyos miembros le han dado más de un dolor de cabeza: Ruiz-Gallardón, Wert y Ana Mato.

Pero no se deshizo de ellos hasta que fueron ellos mismos los que dimitieron, reafirmando así su política personal de “laissez faire, laissez passer” hasta que los problemas se resuelvan por ellos mismos o por aburrimiento. Es lo que más asombra de él: su capacidad de controlar los 'tempos', aunque a veces parezca que lo suyo, como se dice en Galicia, raye más la 'pachorra'. Tan seguro de sí mismo que es capaz de asistir a un partido de fútbol de la Eurocopa en Polonia y zamparse un plato de jamón en el avión mientras su ministro de Economía anuncia el rescate a la banca. 


Rajoy, tras tomar el poder, se encontró con unas cuentas falseadas, o distorsionadas, dejadas por el anterior gabinete del socialista Rodríguez Zapatero. Y puso a remendar los agujeros a Luis De Guindos, quien confesaría que fue el propio presidente, en una apuesta personal suya, quien se opuso al rescate de España por el que presionaban los grandes países, con Alemania a la cabeza, limitándolo a un rescate bancario. Es, quizás, su gran logro, junto con el haber conseguido mantener las pensiones, aunque los suyos dirán que también lo fue la reforma laboral. Las demás medidas son bien conocidas, incluida la subida del IVA. Todo en aras de la estabilidad presupuestaria y la reducción del déficit, pero que ha disparado la deuda pública española a cifras históricas.


Lo cierto es que en este último año la economía ha remontado, aunque a costa de la precariedad en el empleo... Y es bien sabido que cuando el hambre entra por la puerta, el amor sale por la ventana. Eso es lo que le ha pasado a los ciudadanos con su clase política, y Rajoy, aún ganador, no ha dejado de ser una víctima de estas circunstancias. Ha envejecido tremendamente en estos cuatro años, y no en sentido físico, ya que se mantiene más en forma que nunca con su cinta de correr y sus largas caminatas cuando veranea en Galicia. No. Ha envejecido porque esa manera de hacer política de dos partidos, PP y PSOE, que hasta ahora protagonizaban el 'Estado del bipartidismo' se ha vuelto vieja. Se veía venir ya en las elecciones europeas, y se dejó sentir aún más en las últimas municipales y autonómicas. El juego ya no es entre dos.

Han sido desplazados por nuevos partidos que ya no hablan de ideologías, sino de una sociedad injusta dividida entre los de arriba y los de abajo, y cuyos líderes se dirigen a una generación mejor formada, criada en la cultura del audiovisual y las redes sociales, con nuevos códigos y nuevos mensajes y conectada con el mundo a golpe de clic y de vuelo de bajo coste.


Mariano Rajoy_resultEl problema que tiene Rajoy es que en el laberinto en el que se encuentra hay demasiados hilos de Ariadna de los que tirar para salvarse del minotauro y regresar con un pacto para un gobierno estable, pero muy pocos los que respondan a su tirón, vista su mochila. El socio natural del PP para estas situaciones —los catalanistas de CiU— es hoy su enemigo, roto ellos y roto el diálogo e iniciada la vía soberanista.


Podemos y Ciudadanos han llegado para quedarse y coger el relevo del PSOE y PP, incapaces por ahora de comprender el cambio experimentado por la sociedad, que ya no admite 'puertas giratorias' ni evasiones fiscales. Puede que Rajoy pase a la historia como el último presidente de la vieja escuela, el que cierre definitivamente el periodo de la Transición española. “Hasta aquí hemos llegado”, le dijo a Pedro Sánchez en el famoso cara a cara cuando éste le acusó de no ser decente. Hasta aquí puede que haya llegado la política tal como la entendíamos hasta ahora.

Te puede interesar