Cuando las operaciones antiterroristas se hacían surcando el Sil

El antiguo líder del Exército Guerrilheiro detenido ahora como presunto miembro de Resistencia Galega.
photo_camera El antiguo líder del Exército Guerrilheiro detenido ahora como presunto miembro de Resistencia Galega.

La Guardia Civil llegaba a la calle Nicaragua de Vigo a por quien buscaba surcando las aguas del Sil hace 27 años. A por Antón Arias Curto, exlíder del Exército Guerrillheiro.

La madrugada del domingo 29 de mayo de 1988, un grupo de jóvenes de Castro Caldelas se desplazó a Monforte para tomar unas copas. De vuelta, una unidad del Grupo de Operaciones Especiales (GEO) de la Policía les dio el alto en la entrada al pueblo,  en una balconada privilegiada de la Ribeira Sacra en cuyo castillo Vicente Risco aprendió a escribir. No era un control de alcoholemia. Era una operación que, como la de hoy, buscaba descabezar a la organización que el día anterior volaba literalmente el chalé que Manuel Fraga tenía en Perbes (A Coruña) y que “de milagro”, en palabras del entonces alcalde de AP Deomecias Romero, no terminó con la vida de su esposa. 

El asalto, al alba, estaba coordinado por las cuatro unidades de información antiterrorista de Galicia e iba a por Antón (o Antom) Arias Curto, líder del Exército Guerrilheiro do Povo Galego Ceive (EGPGC). Otros cinco cayeron con él. El mayor, de 32 años, era sindicalista de la Intersindical Nacional de Traballadores Galegos (INTG), Miguel Ángel Campuzano Álvarez. El menor, 21 años, Antonio García Matos “Toninho”;es hoy y según Interior, uno de los cabezas de la actual Resistencia Galega y un tradicional compañero de fatigas de Curto. 

A finales de ese mayo, una lancha de los GEO avanzó por las paredes encañonadas del Sil hasta la cabaña donde Arias Curto vivía y cuyas ramas, plásticos y demás materiales naturales cubrían el centro de operaciones del Exército. Incautados siete kilos de gilamonita, armamento, medio millón de pesetas y una cantidad no cuantificada de escudos portugueses; la cabaña impactó en el imaginario popular. De algún modo, recogía el testigo de los maquis que también se cobijaron en la Ribeira Sacra, como O Mario, que había visto morir a sus padres en manos franquistas, tal y como recoge Xosé Hermida en El País.

Arias se ganaba la vida vendiendo y arreglando tractores por las aldeas de Terra de Lemos, donde era verdaderamente apreciado. En sus ratos libres, coordinó como líder de la organización, el asesinato del expresidente de Caixa Galicia en A Coruña, o algunos atracos en entidades bancarias. Uno de ellos se produjo en una sucursal de Ourense, de la que levantaron 325.000 pesetas. 

Los guerrilheiros habían ejecutado desde marzo del 86 más de cuarenta acciones propias de la violencia callejera, como la quema de autobuses en Compostela o en Ourense. Pero la violencia recrudeció y el atentado en casa de Fraga obligó a actuar en una España acostumbrada a torcer la mirada hacia Euskadi, donde por cierto también lo hacía Curto. En el año 1978, con la democracia en fase beta, Arias Curto se desplazó en sendas ocasiones a Biarritz y Zarautz a entrevistarse con Domingo Iturbe Txomin, dirigente de ETA. Esos encuentros estaban preparados por uno de los más brillantes escritores en lengua gallega y que nunca ocultó sus ansias revolucionarias, el ourensano Méndez Ferrín. Libros, los de ETA, eran frecuentes al lado de la gelamonita en algunos de los zulos incautados. Dos de ellos bajo Ponte Abelenda y otro cerca del embalse de Portas, en A Gudiña.

Gracias a Txomin, Arias se hizo con un nuevo arsenal compuesto por una metralleta, seis pistolas y munición. La información, difundida en la época por la Jefatura de la Policía en Coruña, daba cuenta de otro viaje que los militantes del PeGaPé (Partido Galego do Proletariado) hicieron a Bayona para ser aleccionados sobre explosivos y acciones armadas.

 

Los guerrilheiros lo eran y a la vez no. El Exército no existía pero sí la Loita Armada Revolucionaria. El LAR, nacido también el 78, planificó y colocó artefactos explosivos contra la empresa Autopistas del Atlántico, la gestora de la AP-9, e intentó destruir la Cruz de los Caídos de Vigo. Como en el microcuento, Arias Curto estaba allí.

Casi siempre está. En el año 63, año de su primera detención, no estaba en Castro Caldelas, ni mucho menos. Estaba en Berlín, manifestándose por la ejecución de Julian Grimau. Euskadi, Berlín. Arias se prodigaba en viajes. Mantuvo contactos con los militares revolucionarios portugueses, os da Revoluçao dos Cravos. Indagó in situ los sistemas comunistas en Albania y, desde allí, cruzó a Cuba. Llegó a París a recoger lo sembrado un año después del mayo del 68 y fundar el PCG. En el 70, lo detiene el TOP franquista, el Tribunal de Orden Público, repugnantemente conocido por sus torturas.

Pero era en Monforte y bisbarra donde se sentía cómodo. Su patria príncipe, como diría Celso Emilio, y que lo eligió teniente de alcalde de la villa en 1979 por Unidade Galega. Era tan conocido por O Guerrillas, otro de sus apodos, como por impartir conferencias y seminarios de contenido político. Con todo, las mieles del cargo le fueron efímeras. Su entrada en los 80 se sincroniza con otra paralela en la cárcel, hasta que Felipe González lo indulta en el 83.

A la vuelta de la esquina de su nombre estuvo, o mejor dicho, intentó estar siempre la Policía. Y él intentó siempre fugarse. La historia, siempre circular, nos remite de nuevo a la detención de Castro Caldelas. La Policía retiene a Arias Curto en un segundo piso de la Comisaría pero aprovecha un trance para tirarse para tirarse al vacío y huir. Como relata Maribel Outeiriño en este periódico, acabó con varias fracturas en el hospital e ingresado durante 19 días. Casi los mismos transcurrieron hasta que el GRAPO baleó a un primo hermano suyo, Miguel Pérez Curto, un industrial coruñés que se negó a pagar el impuesto revolucionario.

Galicia Ceibe, Galiza Ceive, el Exército. La enumeración no es sino una evolución abrupta y sin matices de la formación de los guerrilheiros. Los matices venían de los apoyos que recibía del PGP y de la propia UPG, desde hace décadas en el Bloque. La Fronte Popular Galega, la FPG de Ferrín que hoy se enmarca en Anova, vio años después al brazo armado del independentismo gallego como un instrumento utópico, en palabras del propio Curto. 

Los 80 despertaron con dos ruídos: el de Clangor y el de la explosión en Clangor. “Búscate un sitio donde un disco suene fuerte y no puedas ni hablar”, rezaba en la entrada de la sala donde tocaban Loquillo, Radio Futura o Siniestro Total. Pero la música se apagó cuando los graves de los altavoces precipitaron la explosión de una bomba que el Exército había colocado según su propia versión para amedrentar al narcotráfico, una estrategia seguida por ETA entonces. La onda expansiva segó la vida de tres personas y amedrentó verdaderamente a 49 heridos. El Exército también se murió aquella noche.

Cuando Arias Curto abandonó la cárcel en el 95 nada quedaba de su organización. Hace años se encadenó en la delegación provincial de Hacienda de Lugo, junto a dos de sus hermanos, como protesta por el impago de una sanción de 52 millones de pesetas de su taller. Una foto suya en un local en Vigo se relacionó con las asambleas que el círculo de Calvario hacía para Podemos en la ciudad. Su última rúbrica la hemos visto en un manifiesto de Iniciativa pola Unión, junto a otros miles que apoyan a la plataforma de confluencia en la órbita del BNG.

Otras fuentes policiales opinan que es el cerebro en la sombra de Resistencia Galega, junto a García Matos “Toninho”, a quien durante un tiempo buscaron al otro lado de la frontera con Portugal. Hoy la Guardia Civil lo tuvo claro. Hoy despachoaron el registro del domicilio de la calle Nicaragua de Vigo en coche, portando cajas. Ayer, el ayer de hace 27 años, los GEO llegaban a una cabaña a la que sólo se podía llegar surcando las aguas del Sil, trepando por las paredes del Canón, retirando de la maleza explosivos, escudos y libros de ETA. Curto se fue esposado en ambas.

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