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Capullo de Jerez: "Yo canto como me sale, sin ensayos ni nada de esas cosas"

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photo_camera Miguel Flores, "Capullo de Jérez", en un concierto.

"Es que soy una persona bruta, natural. Canto y le gusto a la gente y se pone el público en pie y están cinco minutos tocando las palmas y yo digo 'pues muy bien' y ya está", apuntó el cantante.

A Miguel Flores, "Capullo de Jerez", probablemente el payo más respetado entre los "guardianes" de la pureza del jondo, parece que los ojos se le salen de las órbitas cuando canta porque pone el alma en lo que hace, pero es todo muy "natural", porque él no es "de esos" que "ensayan y preparan".

El jerezano tiene una cita el próximo viernes en la Sala Clamores, donde al día siguiente cantará otra "monstrua", Remedios Amaya, y lo hará acompañado de Diego Amaya a la guitarra, Juan y Jesús Flores al compás y Tequila de Jerez en la percusión.

"Llevo yendo cinco o seis años a Madrid y cada vez que voy le doy al público una cosa de toda pureza y luego cosas más rítmicas. Creo que me quieren y que he causado 'buena fiebre'. Lo noto por el calor", se ríe.

Ha acuñado un sello propio, con su forma de separar desmesuradamente las comisuras de boca y ojos, como abriendo ventanas "a lo que le corre por dentro", y con su soniquete roto, "como se rompe la vida cuando se vive".

"Yo no sé cómo canto. No calculo lo que voy a hacer. Salgo y le digo al guitarrista, 'venga, toca', y empiezo a cantar. Yo no tengo que ensayar ni hacer tantas cosas que hace la gente. No soy de esos. Si me acuerdo de Paco de Lucía, pues algo de él, si me acuerdo de Camarón, pues por Camarón...", resume.

Sabe "de sobra" que su cante suena muy gitano y eso es, dice, porque se ha criado escuchando en Jerez a los "dueños del compás", "y ese eco tiene que notarse", pero no le da ninguna importancia: "yo nací así hecho", sentencia.

Flores nació en el barrio de Santiago jerezano y se crió en un patio de vecinos "en el que cantar y bailar, con el Tío Borrico o la Paquera, era como para otros decirse 'buenos días'".

"El arte y la música no son de nadie. Si lo traes de adentro, pues p'alante", dice.

"Claro" que ha pasado "muchas fatiguitas" en su vida y ese sufrimiento es lo que, remedando a la Tía Anica la Piriñaca, que decía que cuando cantaba "la boca le sabía a sangre", hace que sus melismas estén impregnados "de la violencia de la vida", la que subliman palos como la seguiriya o la soleá.

Con todo, el cantaor asegura que la bulería, la reina de los cantes rítmicos, es su palo, tanto que las letras que él ha creado se repiten como "mantras" entre los gitanos jerezanos, los "inventores" de ese palo.

"Me gusta recordar el color de aquellas viejas horas, que no pueden volver, pero sí tengo en mi memoria una casa vieja, una flor y una mujer", dice una de ellas.

El de la bulería, sostiene, es un aire "muy difícil" porque su compás es "endiablado". "No se puede perder un segundo en el toque porque ya nada cuadra; es como una batería que tocas y te tocan y, encima, hay que afinar tirándote al vacío, confiando en que la guitarra esté donde estás tú", se ríe de nuevo.

"Es que soy una persona bruta, natural. Canto y le gusto a la gente y se pone el público en pie y están cinco minutos tocando las palmas y yo digo 'pues muy bien' y ya está. Si me encuentro bien lo doy todo y, si no, también", declara.

De los 61 años que tiene lleva 43 "metido en el ajo flamenco" y ha aprendido, sobre todo, a "ir tirando" y conformarse con una vida, la del artista, que "es dura y arisca".

"Yo soy feliz cuando me falta y cuando tengo estoy contento", bromea el artista que, "a estas alturas", no corregiría nada de su vida. "Con 18 años, cuando empecé y hacía de todo, lo mismo, pero ahora con cuatro nietos y tantas cosas, ¿qué voy a cambiar?. Estoy contento y se me nota", subraya.

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