ASTRONOmÍA

50 años del gran salto de la humanidad

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photo_camera El viaje del Apollo II.

Los recuerdos de seis ourensanos nos ayudan a revivir la llegada del hombre a la luna, a bordo del módulo lunar “Águila” del Apolo 11,en julio de 1969

El domingo 20 de julio de 1969, el módulo lunar “Águila” del Apollo 11 conjugaba por primera vez el verbo alunizar: aterrizar en la Luna. A bordo, dos astronautas: Neil Armstrong y Edwin E. Aldrin. Unas horas después, a las 3:56 de la madrugada del lunes, hora española, Armstrong pronuncia la famosa frase mientras deja la primera huella sobre la polvorienta superficie lunar: “un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad”. La Nasa acababa de cumplir la misión encomendada por el presidente Kennedy, quien se había comprometido a que Estados Unidos pusiese un hombre en la Luna antes de finalizar la década.

El Apollo 11 había salido del Centro Espacial Kennedy en Merritt Island, Florida, a las dos y media de la tarde (hora española) del miércoles 16 de julio. Iba impulsado por un gigantesco cohete Saturno V  de 2.900 toneladas de las cuales el 80 por ciento era combustible y la mayor parte del resto, fuselaje. La carga útil era mínima y estaba tasada hasta el gramo para garantizar el éxito de la misión. Tardaron tres días en llegar a la órbita lunar en la que el módulo lunar fue separado del resto de la nave espacial, con los dos astronautas que pisarían el suelo de nuestro satélite, mientras Collins, permanecería a bordo del módulo de mando. Collins dio 30 vueltas alrededor de la Luna mientras sus compañeros realizaron experimentos en la superficie, recogieron 20 kilos de rocas lunares, plantaron una bandera de los Estados Unidos, hicieron la primera transmisión espacial de televisión, que fue vista por seiscientos millones de espectadores en todo el mundo, y hablaron por teléfono con el presidente Nixon, inaugurando la era de la telefonía móvil.

Para la compleja labor de realizar las fotografías en un ambiente tan hostil como el de la Luna, con temperaturas que pasaban de más de 120 grados a menos de 150 grados bajo cero, fue encomendado a unas cámaras diseñadas específicamente para el programa Apollo por la firma sueca Hasselblad, con objetivos Zeiss de gran angular. Las lentes de un vidrio especial llevaban además unas marcas para calibrar la distancia y la altura, en forma de cruz, que están presentes en todas las fotografías que se realizaron sobre la superficie lunar a lo largo de las seis misiones que entre 1969 y 1972 llevaron a la Luna a un total de 12 astronautas. Finalizado su servicio, los astronautas recogían el magazine en el que permanecía la película y dejaban allí las cámaras y los objetivos. Había que dejar peso para poder cargar piedras. En total, quedaron en suelo lunar trece de las 14 cámaras fotográficas que viajaron a nuestro satélite. La única superviviente fue subastada hace cinco años por 660.000 euros.

Le hemos pedido a seis ourensanos que aquel 20 de julio de 1969 tenían edades entre los 33 y los 9 años que nos hablen de sus recuerdos. 

José Manuel Fernández Anguiano tenía 33 años y llevaba viviendo en Ourense diez, trabajando como ingeniero agrónomo en la delegación del Ministerio de Agricultura. Aquel domingo había sacado a pasear a su perro por la Alameda. “Desde el lanzamiento del Apolo 11 hasta que regresaron los astronautas a la Tierra aquello fue el tema de conversación en el trabajo, en las tertulias, en la calle”, recuerda Anguiano. “Existía, por una parte la idea de que nos estaban engañando, que era un bulo, pero por otra, las imágenes que vimos por televisión aquella madrugada, acreditaban los hechos”. Jefe de sección en la delegación de Agricultura, recuerda cómo era la vida entonces en una ciudad que tenía poco más de sesenta mil habitantes. “Era una vida tranquila, de pequeña ciudad de servicios, en la que no había industria. Acudía a dos tertulias cada día. Por la mañana en un bar de la calle San Miguel, con los compañeros de Agricultura. Por la tarde, con amigos, en el bar del Hotel Miño. En esta tertulia perfilábamos José Luis Outeiriño y yo el proyecto de la estación de esquí de Manzaneda”. Manuel Martínez Rapela tenía 27 años. Ingeniero de Obras Públicas, vivía en A Rúa, donde estaba trabajando en la construcción de los embalses del Sil de aquella zona. También para él la llegada del hombre a la Luna había sido un acontecimiento que le había impresionado y era el tema de conversación de sus tertulias con los amigos con los que se reunía habitualmente. “Uno de ellos era Victorino Núñez, que estaba de secretario del ayuntamiento. Pero también estaba el farmacéutico y el teniente de la Guardia Civil”. Martínez Rapela recuerda aquel gran salto de la humanidad, mientras recorría carreteras en su 600 rojo, para ir de una obra a otra, en la construcción de embalses como el de Casoio. “Además del trabajo en las presas, realizábamos otras obras complementarias con las que se resarcía a municipios y vecinos de los perjuicios ocasionados por los embalses, como la creación de traídas de agua, regadíos y acequias, etcétera”. La tecnología espacial estaba muy lejos de la que podía disfrutar el joven ingeniero. 

En Ourense, Antonio Rodríguez Rodríguez, quien después sería secretario general y presidente del PS d G-PSOE de Galicia y diputado y senador por la provincia de Ourense, era profesor en Bemposta, recién incorporado a la Ciudad de los Muchachos, donde impartía matemáticas. “Lo recuerdo perfectamente. El descenso de Armstrong desde el Módulo Lunar. Lo vimos en directo aquella madrugada por televisión, como tanta gente de todo el mundo”. Antonio tenía 25 años y pensaba que esa transmisión en directo desde tanta distancia rozaba la ficción. “Llegar a la Luna fue toda una gesta, pero verlo en directo resultaba tan sorprendente que te rozaba la duda”. El joven profesor Rodríguez había tenido un colega en Bemposta que era norteamericano, “totalmente convencido de que Estados Unidos era el país llamado por Dios para llevar la paz y la democracia a todo el mundo. Y, claro, la bandera de Estados Unidos en la Luna era todo un símbolo de esa idea casi divina que ellos tenían de sí mismos”. 

20190703201139778_resultLa senadora y ex alcaldesa de Cartelle, Carmen Leyte Coello tenía quince años. Normalmente pasaba los veranos con su abuelo, que era médico rural en La Rioja, pero todavía estaba en Vigo, la ciudad en la que nació y vivió hasta que se fue a estudiar Medicina a Santiago. “Estaba muy atenta a toda la carrera espacial y al viaje del Apolo XI, porque era una entusiasta de las novelas de Julio Verne y había leído de niña “De la Tierra a la Luna”. Recuerdo que lo había comentado con mi abuelo, que fue quien me metió el gusanillo de esas lecturas en el cuerpo y siempre me decía que él no quería morirse sin ver cómo el hombre llegaba a la Luna. Por eso era para mí tan especial aquel día, porque veía que mi abuelo tenía razón”. La influencia de su abuelo fue más allá que la lectura, la ciencia ficción y los viajes espaciales. También le contagió la pasión por la Medicina y la vocación por la medicina rural, a la que ella dedicó toda su vida. 

Con doce años, José Manuel Vázquez Casiano, también trasnochó aquella madrugada para ver la llegada del hombre a la Luna. “Entonces estaba en Muíños, en casa, porque era verano y estaba de vacaciones, ya que durante el curso estaba interno en el seminario de Ourense, estudiando”. Casiano recuerda el ambiente rural de su infancia en Muíños y también la natural desconfianza de la mayoría de la gente sobre si aquello que decían que estaba sucediendo era cierto o no. “Aquellas imágenes me impactaron muchísimo porque para nosotros aquella era tecnología de ciencia ficción”. 

Alfonso Vázquez Monxardín, tenía 9 años y disfrutaba de aquellos eternos veranos de infancia en una Playa América, que entonces era muy familiar. Recuerda a uno de sus profesores, Don Claudio. “Nos tenía muy pendientes de esos grandes acontecimientos. Y, por supuesto, aquel domingo estuvimos pendientes del Apolo 11 y de madrugada vimos la retransisión que hizo Jesús Hermida, mientras Armstrong daba el pequeño paso.

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