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Arquitectos y Xunta emprenden una cruzada contra el feísmo

Un convento al que se le ha adosado una nave industrial, uralita en medio de un bosque, casas sin revestir. Son algunas de las contribuciones a ese fenómeno chirriante que tiene denominación: el feísmo. 

En ninguna de las listas  que las revistas de viajes realizan sobre el top ten o el top 20 de los pueblos más bonitos de España aparece uno gallego. ¿La causa? Incluso en los más hermosos resulta difícil tomar una instantánea en la que no aparezca uralita, bloque de hormigón o todo un lío de cables de la luz y el teléfono que acaban matando la escena.

Es algo que difícilmente se encuentra en Asturias o en los pueblos del norte de Portugal. Se atribuye el fenómeno a la falta de gusto por la armonía de los paisanos, a ocupar las casas a medio terminar y ese aspecto provisional se convierte en permanente, o a aprovechar lo que sobra o da pena tirar para levantar un gallinero o hacer el cierre de una finca. 

El feísmo se asocia fundamentalmente al ámbito rural, pero las ciudades y el casco urbano de las villas no están libres de pecado.
En el ámbito urbano, los mayores despropósitos se realizaron en las décadas de 1960 y 1970, un fenómeno que afectó a los modernos ensanches de prácticamente todas las ciudades gallegas, rompiendo la armonía de su entorno, buscando soluciones económicas para la demanda creciente de vivienda ante una administración local con escasos medios para hacer cumplir planes de ordenación urbana que, no obstante, solían ser muy tolerantes.

Si hay algo que caracteriza el rural gallego es la anarquía arquitectónica. Pocos municipios consiguieron sostener criterios homogéneos para dar entidad y carácter a los pequeños núcleos urbanos o las viviendas rurales del entorno.
El cambio de la actividad agraria en muchos casos por otra de naturaleza industrial, añadió al paisaje la extraña combinación de vivienda y taller, o vivienda y pequeña nave. Y la nave, como casi todas, levantada con bloques de hormigón y cubierta de uralita pegada a una casa tradicional con siglos de historia.

Pero algunas de las obras que dan más patadas al buen gusto e incluso al patrimonio están firmadas por técnicos y respaldadas por administraciones. No hay más que echar un vistazo al edificio más alto y más visible de Vigo, el Hospital Xeral, que la administración que hoy quiere luchar contra el feísmo, revistió años atrás de un chirriante color más propio de batas de quirófano.

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