LA REVISTA

Castiglione y la unificación italiana

jo
photo_camera La condesa de Castiglione (1863), por Pierre-Louis Pierson.

La Condesa de Castiglione (Florencia, 1837-París, 1899), mujer muy segura de sí misma, aunque pasará a la historia como agente secreto, podría hacerlo también por su narcisismo y actitud de puro posmodernismo

La unificación italiana del XIX tuvo señeros protagonistas, entre ellos Camilo Benso, Cavour, ministro del reino de Piamonte, quien sumaría para su causa al emperador francés Napoleón III; la operación ideada consistía en expulsar a los austriacos del norte y confederar así territorios. Guerras, insurrecciones varias; Napoleón, sin cumplir del todo su palabra, sí que cedió Lombardía al Piamonte, y así la primera fase de la unificación -1961- quedó saldada. 

245px-Pierson_castiglione_resultAunque es muy probable que la intervención de Napoleón III fuese de motu propio, Cavour también emplearía otras armas. No dudó en implicar a su prima Virginia Oldoini, Condesa de Castiglione (Florencia, 1837-París, 1899), mujer muy segura de sí misma, que, aunque pasará a la historia como agente secreto, podría hacerlo también por su narcisismo y actitud de puro posmodernismo al posar ante la cámara de Pierre-Louis Pierson, en un amplio catálogo de personajes; algo muy propio de su persona. 

La condesa, de belleza turbadora y espíritu libre, estaba casada con Francisco de Castiglione, fiel escudero del rey de Cerdeña, después de Italia, Victor Manuel II, con el que tenía un hijo. Si bien fueron numerosas las infidelidades y disputas, en la causa de la unificación el propósito de ambos fue firme.

"Debes triunfar, Italia lo necesita”, fue el consejo dado por Cavour para conquistar al emperador francés y que éste se sumara éste a la causa de la ansiada unificación de Italia.

A París se fue en compañía de su marido, en calidad de agente secreto. La belleza de la condesa era la de una diosa griega esculpida en el talle de su cuerpo como una ninfa, con unos deslumbrantes ojos azules y un rostro redondeado. Entre 1856 y 1857 la condesa se ganó los favores de Napoleón, algo nada difícil en quien tenía a las mujeres como una gran debilidad, además a las fiestas a las que acudía la condesa dejaba muestras de atrevimiento y osadía en el vestir, siempre con un escote en los límites de lo correcto. Algo que no pasó tampoco desapercibido ante la propia esposa de Napoleón III, la española Eugenia de Montijo, “¿No te parece que el corazón está un poco bajo?”, le inquirió la emperatriz en una fiesta de disfraces al verla con traje de reina de corazones y uno de ellos demasiado burlón e insinuante a la altura de su “feminidad”. Esa era la intención.

Te puede interesar