La delgada línea entre moda y parodia en las pasarelas

Tras la irrupción de un espontáneo sobre las pasarelas de nueva york vestido con una bolsa de basura  y un gorro de ducha, repasamos algunos experimentos sociológicos que se han realizado  en los últimos años para abrir el debate de la extravagancia y el surrealismo en la moda

Un impostor en la pasarela 

El reloj se ha puesto en marcha. Como es habitual en estas fechas, el vertiginoso calendario de las Fashion Weeks ha comenzado y su primera parada ha sido, como siempre, Nueva York. Allí, mientras los grandes diseñadores norteamericanos sacan a la luz la forma en la que vestiremos la próxima temporada primavera-verano, un espontáneo ha comenzado a desfilar por la gran pasarela de la viralidad. Vestido con una bolsa de basura y un gorro de ducha ha conseguido hacerse pasar por un modelo más durante uno de los desfiles y caminar unos metros antes de recibir un buen placaje del equipo de seguridad. 

Este “impostor” es el último ejemplo de la delgada línea que separa la moda de la parodia con estilismos imposibles que en ocasiones pueden llegar a parecer de Entroido. Pero no es el primero, sobre todo en lo que a materia de “street style” se refiere. El hecho de que en un primer momento pasase desapercibido ha dejado en evidencia a ojos de muchos el “fraude” de la moda.

Una bolsa, prenda fetiche 

La bolsa de basura ha sido uno de los “tejidos” más recurrentes a la hora de confeccionar modelitos con los que poner a prueba el sistema. En marzo de 2022, la inglesa Ellie Marie Whitby diseñó un plan parecido al que ahora se ha visto en Nueva York. En su caso, se colocó la bolsa de basura a modo de vestido y la completó con un cinturón y una piel de plátano que encontró en el suelo. Los flashes no dudaron en dejar testimonio de esta acción planteada desde el humor pero que consiguió remover a la crítica.

Ropa de mercadillo

Los ejemplos son muchos y vienen ya de lejos. En el año 2014, la periodista Hannah Ewens se propuso conseguir que las cámaras de los cazadores de tendencias apuntasen hacia ella creando looks con tan solo 10 libras. Para ello, se dirigió a mercadillos y tiendas de segunda mano, combinó prendas no combinables en absoluto -inclusó llegó a hacerse un vestido con un almohadón- y se dirigió a las puertas de los desfiles. Sin conseguir siquiera entrar, acaparó todas las miradas tratando de dejar en evidencia a aquellas cuyo propósito ante la moda es solo el de llamar la atención. 

Siguió su ejemplo la periodista española Alba Messa, que hizo lo propio en la Semana de la Moda de Madrid y directamente tituló su artículo: “Me vestí como una idiota en la Fashion Week de Madrid y engañé a todo el mundo”. En su caso no salió de casa para conseguir su ropa, sino que desempolvó viejas cajas con ropa incluso estropeada y se dirigió a Ifema. Tan pronto puso un pie en el recinto ferial, “un fotógrafo se abalanzó encima de mí para sacarme fotos pidiéndome que se viese bien semejante complemento molón”, refiriéndose a un bolso que había cogido en un contenedor de camino allí. Antifaz, peluca y tatuajes falsos complementaron un atuendo con el que una vez más dejar en evidencia el surrealismo que en ocasiones manda en la moda.

Volviendo a Londres en 2018, otra joven periodista se animó con el experimento sociológico asesorada por Hannah Ewens. El objetivo era comprobar si el ambiente de la Fahion Week había cambiado algo o seguía siendo igual de ingenuo. Ganó lo segundo. En bañador y chanclas, con una alfombra de pelo sobre los hombros y un carrito de la compra, los flashes del “street style” volvieron a apuntar sin dudarlo hacia este ensayo fashionista. Estas tres protagonistas recibieron numerosas preguntas sobre sus looks, especialmente sobre la etiqueta que colgaba sobre ellos. Porque por ridículamente vistosa que sea la prenda, si es Gucci o Chanel, pierde el sentido del ridículo y se queda solo en llamativa.

La falsa influencer

La volatilidad de la moda ha quedado así en evidencia en numerosas ocasiones a través de experimentos humorísticos que, por lo menos, han servido para generar un cierto debate en torno a cuánto hay de convicción y cuánto de afán de protagonismo en algunos modelitos. 

En España, otro experimento generó en su momento numerosas críticas. Fue aquel en el que una agencia de marketing creó una “falsa influencer”. Era el año 2018, las redes sociailes vivían el boom de bloggers e instagramers -una burbuja que para muchos ha comenzado a pinchar- y el objetivo del juego era demostrar lo fácil que es “engañar” a las marcas comprando seguidores que en realidad son “bots”. La protagonista, la actriz Almudena Ripamonti, puso su imagen la servicio del test, con el que consiguió ser invitada a eventos y recibir regalos de todo tipo. Patente quedó también con aquello la falta de regulación del sector, una situación que parece que ha comenzado a cambiar.

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