LA REVISTA

Galicia, la rica heredera que recibió el legado de cientos de indianos

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photo_camera Instituto de Santa Irene.

Decir indianos es hablar del "Haiga", ese coche americano y gigantesco con el que solían regresar, casas con palmeras de aspecto suntuoso en medio de un rural arruinado de principios del siglo XX.

El Carnero al espeto y la parrilla forman parte de nuestra gastronomía gracias a la transmisión de los emigrantes retornados de América. Pero el legado es mucho mayor que un par de recetas. Galicia se ha convertido en la gran heredera de miles de sus hijos que salieron en busca de fortuna y la encontraron. Así, al margen del tópico que rodea al indiano, de hombre en el que la riqueza supera a su preparación cultural, ostentoso, generalmente visto con recelo por sus convecinos, hubo una muy nutrida lista de hombres que han compartido su fortuna y podría establecerse un mapa de sus obras y no quedaría prácticamente ningún término municipal de Galicia sin señalar.

La larga nómina de filántropos deseosos de compartir una parte de su fortuna, a veces de legarla en su totalidad, comienza de manera temprana. En el siglo XVII ya se producen las primeras acciones significativas que todavía hoy se pueden contemplar, como es el caso del padronés Álvaro de la Peña Montenegro, sacerdote que emigra y llega a alcanzar la dignidad de obispo de Quito (Ecuador) A su regreso a la tierra natal manda construir a sus expensas el convento de los Carmelitas de Padrón. Contemporáneo suyo, Antonio de Monroy, un descendiente de gallegos acomodados  nacido en Querétaro, llega a realizar una de las más importantes aportaciones individuales a la arquitectura gallega. Nombrado arzobispo de Santiago en el último cuarto del siglo XVII, costea la construcción del pórtico real de la catedral de Santiago, conocido como la Puerta de la Quintana y el convento de San Domingos de Bonaval.

José García Barbón nació en Verín, en 1831. Su fortuna se forjó en Cuba, donde llegó a ser propietario de uno de los bancos más fuertes de la época. Regresó a Verín en 1884, con un auténtico fortunón, y emprende nuevas actividades. Un párroco le habla de una fuente de aguas minero medicinales, y decide construir un balneario: Cabreiroá. Desarrolla una dilatada labor benéfica y termina residiendo en Vigodonde crea una Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos  y a expensas de su herencia se construye el Teatro García Barbón en la calle de otro prócer: Policarpo Sanz, a quien Vigo le debe su primer instituto, Santa Irene y un legado artístico y económico sin precedentes en Galicia.

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