LITERALMENTE

Horemheb, el hombre que quiso matar a Tutankhamon

Vivió hacia el año 1.300 antes de Cristo y desde el trono hizo cuanto estaba en su mano para acabar con la memoria de Tutankhamon, la de su padre, Akhenaton, y su esposa, Nefertiti. Es evidente que no lo logró.

Los tres personajes del Antiguo Egipto están ahora más en boga que nunca con la polémica sobre la supuesta cámara mortuoria secreta en la tumba de Tutankhamon (La Viva Imagen de Amón), que Nicholas Reeves, un egiptólogo de gran prestigio, cree que puede ocultar el sarcófago de Nefertiti (La Bella ha Llegado). Mientras que Zahi Hawass, hasta hace bien poco todopoderoso señor de Egipto, lo niega de forma más que airada, en una lucha que parece que puede llegar a las manos. La ciencia dirá quién tiene razón…

Horemheb (La fiesta del Dios Horus) era un militar que al parecer sirvió a las órdenes de Akhenaton (Potente en Atón), el faraón más peculiar de la historia del país del Nilo, quien concibió la idea de acabar con todos los dioses y dejar a uno solo, Atón, que ya era conocido como una manifestación del disco solar, y por tanto, de Ra. Pero Akhenaton ordenó cerrar todos los templos y erigir nuevos santuarios, abiertos al cielo, en la ciudad de Ajetaton (El horizonte de Atón, hoy llamada Amarna), donde él mismo sería el sumo sacerdote del Dios único. Lo que le valió el odio de los clérigos de Amón, dueños y señores de buena parte del país. A su lado se encontraba Nefertiti, quien fue probablemente co-regente con el nombre de Neferneferuaton (La excelencia belleza de Atón) y que en un momento dado desapareció sin dejar rastro. Hasta ahora. Le sucedió  Tut, quien se cambió el nombre de Tutankhaton a Tutankhamon para tratar de agradar al sacerdocio de Amón y restaurar los viejos cultos. Poco duró: murió con unos 19 años y le sucedió Ay, que era un anciano, probablemente el padre de Nefertiti, y antiguo devoto de la religión de Atón. Dos o tres años después, falleció. El cetro pasó a un militar, Horemheb, quien para legitimar su posición desposó a una hermana de Nefertiti, en un matrimonio de conveniencia. Asentado en el trono, inició el proceso de destrucción de todo el mundo de Amarna, comenzando por la propia ciudad erigida por Akhenatón, donde habría nacido Tutanakhaton. 

No fue suficiente. El siguiente paso era relegar al olvido todo el período de Atón, que fue eliminado del Olimpo egipcio, caso único en la historia del país, y borrar de la lista real del templo de Abidos a los faraones herejes. Era la segunda y definitiva muerte de Akhenaton, Tutankhamon y Ay, que no figurarían entre los reyes de Egipto. Entre Amenhotep III y Horemheb, nada, el vacío. Para los egipcios, el nombre lo era todo: sin él, el Ka y el Ba (equivalentes al alma) no tenían donde ir y vagarían entre los dos mundos. No había peor castigo. Todos los recuerdos, nombres, estatuas y rangos de los tres faraones fueron sistemáticamente eliminados. No habrían existido.
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Horemheb, como antes Ay y Tut, tampoco tuvo descendencia, y tras 28 años de concienzuda destrucción designó sucesor a otro militar, Ramsés I, que fundaría así la XIX Dinastía. Fue enterrado en el Valle de los Reyes, aunque al contrario que el resto de reyes de la Dinastía XVIII –salvo Akhenaton- su momia no fue localizada. Una gran paradoja: muy cerca, 3.000 años más tarde, aparecería el hipogeo de Tutankhamon, el descubrimiento arqueológico más famoso, que volvería a colocar su nombre en la Historia.  Y ahora, quizá también el sarcófago de Nefertiti, si es que Reeves tiene razón y no Zahi Hawass…

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