LA REVISTA

Madamme Bovary soy yo, y tú

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photo_camera Emma Bobary (Valentine Tessier) en el lecho de muerte

A Flaubert no le excita el personaje, pero se deja la piel en el oficio de dar vida a un personaje insatisfecho que moldea su vida con libros 

A Emma Bovary le saltaron las alarmas de tanto leer. Le apasionaban las novelas románticas cuando el romanticismo era una cosa pasada. Leer no es malo, pero puede matar, o condenarte a vivir en la piel de personajes como Emma, la antítesis del conformismo y la vida apacible, quizá por ello dispensan aquí un destino trágico. Aferrarse a la literatura por convicción, empapar tus neuronas de otras vidas es someterse a un trance irresponsable.

Engalanar la realidad de otra ficcionada es como someterse a los efectos embiagradores del alcohol para superar ciertos retos y pretender que no suceda nada. A Flaubert no le excita el personaje, pero se deja la piel en el oficio de dar vida a un personaje insatisfecho que moldea su vida con libros emulando a Alonso Quijano de la Mancha; Flaubert en las vicisitudes de este afamado adulterio consumado, derrota al personaje, y a nosotros nos hace comulgar aquí con ruedas de molino.

Es en la búsqueda de ese amor idealizante donde Gustave Flaubert (Rouen, 1821-Croisset, 1881) arroja a Emma Bovary al ridículo, a la ruina económica y a la muerte prematura. Víctimas de la mano del narrador omnisciente también nosotros cortejamos a amantes soñadores de boquilla. 

El adulterio entonces, el abatimiento de la barrera de “la moral pública y las buenas costumbres”, era una verdadera línea roja impenetrable; publicada por entregas en la “Revue de Paris” fue llevado por ello a los tribunales.

Pero todo el sexo que había en la novela era sicológico, subjetivo, revivido en manos de un lector ataviado de otros realismos y la maestría de Flaubert. El sexo es el centro de una novela sin intercambio de fluidos ni desnudeces; el sexo es motor de vida, y Flaubert, como realista a ultranza que es, desfoga sus ansias de manera simbólica, a través de los objetos, de la descripción sugerente del apetito sexual de una amante obnubilada y eternamente insatisfecha.

Emma vive un sueño inalcanzable y su vida se desmorona como un castillo de naipes, y tras ella, la de su marido, un cornudo sin temple. Todo apunta a una tragedia que como el arranque de una gran casacada con el fondo del acantilado se vislumbra a lo lejos y amenaza. Emma quiere sexo y amor romántico y la entereza de un personaje en libertad. Ni entoces ni ahora. 

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