ENOLOGÍA

Quinientas botellas de veintitrés fincas

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photo_camera Imagen de la Bodega Viña Carpazal Selección.

Viña Carpazal es una bodega con una capacidad para 19.000 litros

Una hectárea repartida en 23 fincas. Salteadas aquí y allá, pero todas mirando al Miño, en Cenlle. Así es el viñedo de José Antonio Rodríguez, colleiteiro del Ribeiro que elabora sus vinos bajo el nombre de Viña Carpazal. Minifundio es una cosa, pero que alguna de las parcelas del viñedo de este colleiteiro sean del tamaño de mi cocina, eso es llevar el asunto al extremo. Pero el Ribeiro es así. Tal vez esa maldición de las microparcelas sea una de sus grandes cualidades a la hora de vinificar uvas que, siendo de la misma variedad, tiene matices tan diferente y enriquecedores. 

Su pequeña bodega tiene capacidad para 19.000 litros, si bien la elaboración media anual ronda poco más de la mitad. Los viñedos fueron heredados de la generación anterior, pero la bodega la puso en marcha en 2012, hace siete años. Elabora cuatro vinos: dos blancos y dos tintos. Los estándar, bajo el nombre de Viña Carpazal. El blanco es un monovarietal de Treixadura y el tinto ensambla Sousón y Mencía en una proporción de 60/40, respectivamente. El tinto fue finalista en la cata oficial del Ribeiro que se celebró hace unas semanas.  

Previamente, aprovechó la feria del vino del Ribeiro, en Ribadavia para presentar sus vinos Viña Carpazal, Selección. El nombre es descriptivo de la tipología de vinos que incluye esta categoría. En esencia, son los mismos blanco y tinto de la bodega, en cuanto a elaboración y variedades, pero con la salvedad de que escoge aquellos racimos que reunen las cualidades de maduración, punto de alcohol, perfección física y los elabora por separado, dando lugar a pequeñísimas ediciones que en esta primera cosecha han supuesto un total de quinientas botellas de monovarietal de Treixadura y otras tantas del tinto hecho con Sousón y Mencía.

No hay paso por barrica ni crianza sobre lías. Pero esa multidiversidad de parcelas que miran al Miño, en las que las cepas se alimentan de un suelo de jabre se produce el milagro de convertir la pobreza de un suelo escaso de nutrientes en un vino de una gran riqueza de matices que se manifiesta en nariz y en boca con una expresividad digna de tener en consideración. 

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