viticultura

Un vino blanco que mejora con el paso de los años

Finca Garabelos
photo_camera Finca Garabelos, en Crecente.
Se trata de un monovarietal de Albariño cuyas uvas nacen en la frontera del Condado con el Ribeiro, en Crecente

Las fronteras las pintan los hombres sobre los mapas. La naturaleza no sabe de rayas. Si hay un ejemplo claro de ello está en la agricultura. Mismo paisaje, mismo clima... ¿Cómo se puede explicar que al otro lado de la imaginaria raya que separa las provincias de Ourense y Pontevedra o las denominaciones de origen del Ribeiro y Rías Baixas, cambie tanto la cosa como para que los vinos sean distintos?

En realidad no lo son, naturalmente. O Condado es el Ribeiro de la provincia de Pontevedra y la muestra está en ese vino polivarietal que lleva el nombre de esta pequeña región vinícola casi en la frontera del bajo Miño, en el que se ensamblan Treixadura, Albariño y Loureira, con otras variedades autóctonas que comparten no solo las dos DO de esta orilla del Miño, sino también en la otra, donde ya entramos en el territorio de los Vinhos Verdes.

El vino que nos ocupa hoy nace en la frontera del Condado con el Ribeiro, en Crecente. Es un monovarietal de Albariño cuyas uvas proceden de la finca que le da el nombre: Finca Garabelos. Fue la finca primigenia con la que se puso en marcha la bodega Notas Frutales de Albariño. El nombre de la bodega es una declaración de intenciones: las 17 hectáreas de viñedo que están repartidas en varias fincas en el entorno de la bodega están todas ellas plantadas con Albariño.

Finca Garabelos fue el vino primigenio con el que esta bodega familiar inició su andadura. En 2013 crearon un segundo vino, La Trucha, que en los cinco años siguientes cosechó todos los premios habidos y por haber. Pero este año, Finca Garabelos ha vuelto al palmarés, con el Acio de Ouro al mejor vino blanco de otras añadas, por la cosecha de 2017. Este vino afrutado, con una gracia en boca que le aporta esa acidez de la variedad, menor en O Condado que en el Salnés, se crece en estructura gracias a una crianza sobre sus lías. Ahí está la clave del éxito de un vino que nace no para ser bebido el año de su embotellado, ahí le gana La Trucha, sino al siguiente, y al siguiente, y para desmontar la teoría de que los vinos blancos gallegos son de efímero recorrido. Un vino joven, bien hecho, puede tener una buena madurez.

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