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Whitman y Wilde, amor entre poetas

Whitman era una bestia, un animal salvaje dotado para la poesía casi sin haber pasado por la escuela

Walt Whitman era una bestia, un animal salvaje dotado para la poesía casi sin haber pasado por la escuela. De formación a destiempo, entre clásicos de biblioteca y un gusto refinado que con la edad obraría  el milagro, hoy indiscutible iniciador de la poesía moderna dotada de nuevos ritmos y una voz imprescindible. 

Walt Whitman (Nueva York, 1819; Camden, Nueva Jersey, 1892) fue el gran cantor de los Estados Unidos, un poeta cuyo semblante de barbas luengas y blancas pronosticaba un aire más de conquistador o actor en la Guerra de Secesión norteamericana. “Hojas de hierba”, sobre cuya solapa registra su rostro es todo un hito en la poética con mayúsculas, donde se suma a sus desvelos el gozo y el amor de los hombres, en un acertado despertar de sus inquietudes sexuales, “Calamus” registró toda esa poética comprometida y no siempre bien entendida. 

 Whitman tuvo muchas relaciones con hombres, en su mayoría jóvenes por los que intercedía a modo de benefactor, Peter Doyle, Harry Stafford, lo cuenta Jerome Loving en una biografía sobre el poeta. Pero quizás, uno de los episodios que desata más morbo, por tratarse de dos personajes muy reconocidos en el mundo de las letras, es el encuentro que tuvo con Oscar Wilde. No fue una acción que tuviera continuidad, pero sí dejó rastro y un poso de ambigüedad en el aire que resiste. 

 En enero de 1882 Oscar Wilde arranca una gira de conferencias por los Estados Unidos, que se inicia en Nueva York; el siguente paso tocaba Filadelfia. Wilde sabía que en Cadem, New Jersey vivía ese poeta que admiraba, ese ilustre poeta de barbas en desaliño y aire desacomplejado, un abuelo en toda regla. Wilde ansiaba por conocer al más afamado poeta de América, aquel que glosaba la amistad y el amor entre los hombres como si fuera un gesto de vida. Todo en aquel venerable personaje de aire anciano le era familiar, “He venido hasta usted como casi los que se han conocido desde la cuna”, relata Neil McKenna en “La vida secreta” de Oscar Wilde. Era cierto, al poeta irlandés su madre le leía poemas de “Hojas de Hierba” desde bien niño. Un poeta siempre desea conocer a otro poeta, más si este es su referente. Hubo una botella de vino de sauco, y una conversación de hombre a hombre, del amor entre los hombres. En el encuentro pronto sobraría Stoddart, el editor. Whitman diría de Oscar que se mostró muy varonil, Oscar dejaría escrito en su diario, “aún tengo el beso de Walt Whitman en mis labios”. ¡Qué bárbaros! 

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