Draghi, un mago para salvar Italia

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photo_camera Mario Draghi, en la apertura del año judicial italiano.
Si Mario Draghi gana la apuesta de salvar Italia con todo el arcoiris de partidos que forman parte de su gobierno, se convertirá en el espejo donde muchos países podrían mirarse

Los italianos todavía no acaban de creer lo que está sucediendo ante sus ojos. Unos piensan que es magia y otros un milagro; quizá las dos cosas. Lo único cierto es que lo que acaba de suceder nunca había ocurrido antes en la entronización de ninguno de los 67 gobiernos que dirigieron el país desde la proclamación de la República. El milagro tiene un nombre, se llama Mario Draghi, nació en Roma hace 73 años, viste trajes azul oscuro, habla solo cuando tiene algo que decir, hace ocho años salvó el euro y ahora el presidente Sergio Mattarella le ha llamado para salvar Italia. Un desafío a la altura de Hércules. A su alrededor flota el silencio. No está en las redes sociales, aunque ahora ocupa las primeras páginas de todos los periódicos. El pasado día 12, viernes por la tarde, Mario Draghi apareció vestido de azul como siempre en la plaza del palacio del Quirinal, antigua residencia papal que ahora alberga la presidencia de la República italiana. Cuando sonaban las 7 en punto en el reloj de una iglesia vecina, cruzó el portón del palacio para encontrarse con el presidente Sergio Mattarella y levantar la cortina de silencio que había ocultado sus encuentros y decisiones desde hacía una semana cuando había aceptado el encargo de formar gobierno. Durante todo el día, ni en las redes sociales, ni en los periódicos, ni en boca de los expertos mejor informados, ni en la de los políticos más lenguaraces había salido ningún rumor o confidencia informativa de lo que estaba sucediendo, de lo que había sucedido o adivinanza de lo que iba a suceder. 

En ocasiones análogas, Italia era una caótica lonja de cotilleos donde los rumores y las noticas se mezclaban unas con otras como el croar de ranas en un charco. Italia dejaba de parecerse a si misma, ya sabemos que una Italia sin rumores y chismes políticos es como un Ferrari sin gasolina o como una María Callas (Q.E.D) acatarrada sin voz. No había harina porque Draghi no soltaba granos para moler. Draghi seguía fiel a su imagen de cuando presidía el Banco Central Europeo, donde calibraba con maestría la dimensión de sus silencios. Hace nueve años se hizo legendario su consejo a los colaboradores más íntimos. Solo tres palabras en inglés: “whatever it takes” (decir solo lo necesario). La observancia de estas tres palabras fueron el flotador que salvó al euro.

Una vez que acordó con Mattarella romper el silencio, convocó a los periodistas y en la conferencia de prensa sin  preámbulos les leyó los 23 nombres de los ministros que le acompañarían en el ejecutivo. Sin duda un número elevado, necesario para el juego de equilibrios donde había que contentar a muchas familias políticas sin ser esclavo o dependiente de ninguna. Deslumbrante ejercicio de prestidigitador. A partir de ahí torrentes de comentarios, hubo pocos reproches frente a la casi unanimidad de las alabanzas. De Mario pasó a ser el gran Mario. Veremos cuánto dura la armonía y la exaltación. Los que apuestan a la esperanza dicen que mucho y que hará las profundas reformas que Italia necesita. Lo que hasta ahora ha conseguido es lo que los italianos, siempre críticos y desconfiados, califican de milagro. Y si no lo es, lo parece. 

Logró el apoyo de todo el arco parlamentario. Solo dejó fuera o se quedaron fuera los post-fascistas de Fratelli d´Italia, liderados por el fanatismo histérico de Giorgia Meloni. Algunos disidentes del M5S también se negaron a votarle, a pesar de que el fundador del Movimiento, el cómico Bepe Grillo le manifestó un fervoroso sostén. De los 23 ministros 15 son políticos y 8 técnicos, las mujeres también suman solo 8, una tercera parte. Este hecho ha causado malestar y protestas en el mundo del feminismo, especialmente en el Partido Democrático, (PP) de centro izquierda que para los tres ministerios que tiene solo nombró hombres, en cambio los tres ministerios de Forza Italia de Berlusconi los ocupan mujeres. El déficit en el nombramiento de mujeres hay que achacarlo a los partidos, no a Mario Draghi. El empeño de Draghi es, con este variopinto y estridente mosaico de fuerzas conseguir la necesaria cohesión para que sea un gobierno eficaz, ya que, sin duda, se puede considerar representativo.

Los 8 ministros considerados técnicos constituyen la columna vertebral para ganar la apuesta de rediseñar Italia acometiendo profundas reformas en Justicia, Hacienda Pública y Administración. Una de las prioridades de este gobierno es como se reparten los 209.000 millones que llegarán del plan de relanzamiento europeo. Una cantidad enorme, un profundo masaje de recuperación para le economía italiana como también lo serán los 140.000 millones que llegarán a España. 

Por eso, para que el reparto tenga una profunda proyección en la modernización económica del país, Draghi ha puesto en manos de Vittorio Colao, antiguo consejero delegado de la operadora telefónica Vodafone, el ministerio de Innovación Tecnológica y de la Transición Digital. Otro trampolín para el relanzamiento será el ministerio de la Transición Ecológica para el que ha nombrado al físico Roberto Cingolani, especialista en nanotecnologías y director de innovación en el grupo industrial Leonardo. El presidente del Consejo quiere evitar que el reparto de los fondos se convierta en un bazar de mercaderes entre los partidos y las regiones. Para calmar las crispaciones internas, tan violentas en la época en que el ultraderechista Matteo Salvini fue ministro del Interior, Draghi le ha pedido a Luciana Lamorgese, actual titular de esa cartera, que continuará. Fue nombrada en el verano del 2019 por el primer ministro Conte para que pusiera razón y calma en los agrios debates que Salvini provocaba en temas tan sensibles y virales como los migratorios. Para el ministerio que Mario Draghi considera el verdadero motor para el relanzamiento del país, el de economía; en la tradición italiana ese ministerio de economía siempre le ha sido asignado a un experto banquero o al director del banco central italiano. Tampoco se iba a romper la tradición en este mandato, Draghi es banquero y conoce bien el paño.

Confió el ministerio de economía al director general de la banca italiana, a quien le unen largos años de amistad, confianza y colaboración. Ambos trabajarán juntos para que las cuentas públicas no sigan degradándose, paliando en lo posible los efectos del coronavirus, una de las mayores preocupaciones es atajar la pandemia que tanto erosionó la salud y la economía italiana. Por su parte Salvini no entra en el gobierno, por la Liga Norte, todavía tiene unos claros ramalazos de populismo Trumpista. En su lugar lo hará Giancarlo Giorgetti, un hombre de prestigio incontestable, sumamente popular entre los hombres de negocios lombardos. En los últimos tiempos se alejó de los más ortodoxos dirigentes de la Liga, adoptando un perfil más moderado. En los pasionales días de las elecciones americanas, Giorgetti sostuvo que si querían gobernar tendrían que “hablar con Biden”, mientras Salvini todavía daba crédito a las fake news esparcidas por su campeón Donald Trump.

Si Mario Draghi gana la apuesta de salvar Italia con todo el arcoiris de partidos que forman parte de su gobierno, se convertirá en el espejo donde muchos países podrían mirarse. Desde nuestra realidad política donde el vicepresidente Pablo Iglesias dispara tiros contra los pies de su propio gobierno, no hay razones para la esperanza, ni para la confianza.

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