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Los efectos colaterales del coronavirus

photo_camera Un grupo de mujeres hace cola para recoger alimentos.

Una densa cortina de temores se extiende con la pandemia. A los vivos nos envuelve en un sudario de incertidumbres y miedos, a los muertos los lleva en un sigiloso silencio, sin los reconfortantes gestos del definitivo adiós. Terrible soledad. Muertos sin despedida equivale a muertos sin sepultura. Ahora, con las vacunas se abre ante nosotros una luz de esperanza, pero como dice Albert Camus en el párrafo final de su novela La Peste: “El bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás… y puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa.” En las actuales circunstancias, es como si un dios rencoroso enviara a los ángeles de la ira para que al respirar esparcieran aires venenosos por el mundo. Las metáforas son interminables tratando de reflejar pálidamente los dramas de la tragedia.

De repente nos encontramos buceando en la pandemia, una situación tan inédita como brutal que afecta a todos los sectores de las sociedades, pero conviene precisar que los efectos más perversos los provoca en las clases más desfavorecidas, en los que están en las cunetas de la historia. En los condenados de la tierra. El virus en sí, nos lo repiten constantemente, no hace distinciones clasistas, pero las consecuencias difieren. En la economía los efectos son devastadores, lo estamos viendo por todas partes, de manera especial en aquellas zonas y países que viven del movimiento turístico masivo. El relato que enumera los sectores afectados es interminable. Son millones las personas que viven hundidas en una doble ansiedad depresiva; por un lado, el temor a ser afectados por el virus; por el otro, superar diariamente la convivencia con la miseria.

 No cabe duda de que cuando pase la covid-19, el desafío inmediato será la guerra contra la miseria. La solidaridad será un imperativo ineludible, si queremos preservar una convivencia pacífica. Es necesario crear un fondo mundial alimentario y una mayor redistribución de la riqueza. Si crecen de manera espectacular las desigualdades, aumentará la violencia que en casos extremos podría tener vertientes sangrientas. Lo digo sin alarmas, pero conviene reflexionar qué en casos de extrema desesperación, la condición humana no tiene límites. La democracia también estaría amenazada.

Como se ve, las consecuencias económicas son demoledoras, pero otro de los más perversos efectos colaterales es el vigor con que han renacido los conspiracionismos y los populismos radicales enfrentados visceralmente con nuestro sistema democrático acentuando la erosión de las instituciones. El coronavirus funciona como un acelerador histórico de los diversos movimientos negacionistas, fomentando las visiones paranoicas sobre la progresión del virus. Las redes sociales son un virulento sembrado de negacionistas, iluminados, escépticos, antivacunas, anti mascarillas y toda la variopinta ama de fanáticos. El negacionismo es un pintoresco e irracional cajón de sastre que absorbe todo. La angustia provocada por la crisis sanitaria es un excelente caldo de cultivo que excita calenturientas fantasías irracionales. 

La democracia está desprotegida frente a las teorías del complot.  Aseguran que la democracia está viciada por oscuros poderes ocultos. Sostienen que Soros, Bill Gates y otros grandes magnates al frente de las nuevas tecnologías quieren controlar el mundo y las personas a través de las vacunas con un imaginario chip que condicionará nuestros comportamientos. Consideran que los chinos y los rusos con Putin a la cabeza no están ausentes de esta guerra bacteriológica. En un mercado de la información tan desregulado, las redes sociales nos sirven un llamativo coctel donde se mezclan las más extravagantes combinaciones. Su juego es desacreditar a los medios tradicionales de la información para tener el campo libre al disparate sin fronteras.  Vemos como apelan a fantasmas que creíamos desaparecidos como el judaísmo y la masonería para justificar los contubernios judeo-masónicos, tan demonizados como citados por la dictadura franquista. La idea básica sobre la que gira el negacionismo se apoya en que el relato lógico está al servicio de los dominantes. El negacionismo apareció en los años sesenta con grupos que negaban la existencia del Holocausto y de los hornos crematorios donde habían sido incinerados seis millones de judíos. No importaba el relato de los testigos, ni las fotografías que ilustraban la barbarie de los hechos. El no que negaba, era un no irracional. En estos días vemos como Trump sigue afirmando que Biden le robó las elecciones en Michigan y Georgia, sin aportar la menor prueba y desoyendo el fallo de los diversos tribunales. Lo malo no es que Trump se niegue a admitir la evidencia, lo peor es que el trumpismo ha contaminado de un nacionalismo extremado y de una xenofobia racista a docenas de millones de americanos. 

Va a ser muy difícil que convivan ideologías tan diversas y confrontadas donde los intereses prevalecen sobre los valores. Será una dura lucha la apuesta de vivir juntos con una divergencia tan profunda de valores. Una nueva forma de resucitar las guerras de religión. Trump ha creado el populismo plutócrata. Se comporta como un Rey Lear enloquecido en La Casa Blanca, pero lo perverso de esta historia es que le sigue una buena parte de los votantes republicanos.

El Vaticano, altar mayor de la Iglesia Católica, también se ha contaminado de trumpistas iluminados. La gran voz de los fanatismos conspiratorios la encarna el arzobispo Carlo María Viganò, antiguo nuncio (embajador) de la Santa Sede en los Estados Unidos. Este delirante personaje escribió el pasado 25 de octubre una espectacular carta abierta al presidente Donald Trump donde define las matrices del conspiracionismo. Lean el mensaje enviado: “El destino del mundo entero está en peligro por una conspiración mundial contra Dios y la humanidad”,  afirma el prelado sin el menor rubor. “Un plan global, llamado Great Reset, está en marcha. Una élite mundialista quiere someter a la humanidad imponiendo medidas coercitivas para controlar con normas draconianas las libertades individuales.” Monseñor Viganò ya sabe, y así se lo dice a Trump, que “la vacunación obligatoria estará acompañada por la orden de llevar un pasaporte sanitario con una identidad numérica desde donde se controlarán y dirigirán los movimientos del mundo entero. Los que no acepten serán confinados en campos de detención y todos sus bienes le serán confiscados”. El incalificable e inclasificable arzobispo piensa que solo un hombre como Trump puede liberarnos de la programada esclavitud. 

Viganò tiene una pluma inquieta y un activismo frenético. Desde hace varios años, cuando le destituyeron de la nunciatura estadounidense sin otorgarle el capelo cardenalicio como esperaba, empezó una fogosa campaña contra el papa Francisco. Su bestia negra. Lo primero que hizo fue pedirle la abdicación porque estaba traicionando el mensaje de Cristo y rompiendo con las tradiciones de la Iglesia. Los escritos de este monseñor circulan profusamente por las redes integristas de media Europa donde ataca de una manera descarnada al actual pontífice.

Resulta desconcertante ver como este surrealista arzobispo tiene una notable masa de  fanáticos seguidores. Apocalypsis.

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