Asuntos globales

El “muy particular” simbolismo mágico de la monarquía británica

Isabel II, en una imagen de julio de 2017.
photo_camera Isabel II, en una imagen de julio de 2017.
A lo largo de su larga vida como soberana de un imperio simbólico trató a las grandes figuras de este mundo

La noticia se dio a media tarde del jueves, ocho de septiembre, a través de un comunicado escueto y frio como una espada, emitido en el castillo escocés de Balmoral. Decía: “La reina ha muerto en Balmoral esta tarde”. Inmediatamente un viento de cenizas y humo triste se extendió por todo el Reino Unido y de allí saltó a los más lejanos rincones de la tierra. Para el pensamiento colectivo mundial, al decir le reina ha muerto, solo podía ser ella, Isabel II, la mujer que había reinado 70 en el trono británico. Universalmente respetada, admirada y querida. Carecía de poder real, solo tenía un poder simbólico. Nadie conocía sus pensamientos y opiniones porque jamás concedió una entrevista, ni expresó cuáes eran sus ideas sobre el entorno político y social. La fuerza de su inexistente poder se apoyaba en eso. En no tenerlo. A lo largo de su larga vida como soberana de un imperio simbólico trató a las grandes figuras de este mundo desde Churchill a De Gaulle, de Kennedy a Mandela, de Nehru a Nasser y por supuesto a Juan Pablo II. Cuando subió al poder, la Casa Blanca la ocupaba Harry Truman y Stalin el Kremlin. Accedió al trono el 6 de febrero de 1952, a la edad de 25 años. Desde ese día asumió el papel de reina como imperativo del destino. En aquel año los trenes eran de vapor, la luna un sueño lejano y el matrimonio para toda la vida. Mas tarde vería de todo, el viaje del hombre a la luna, los aviones supersónicos y los escandalosos divorcios de tres de sus hijos, mientras ella parecía imperturbable como una roca sobre la que se estrellara el destino. Solo dejó entrever sus sentimientos al calificar, el año 1992, como “anus horribilis” para definir el oleaje de escándalos familiares que la rodeaban. Envolvía su majestad de reina de lejanía y misterio, distante de sus interlocutores, entregada a una solemne liturgia barroca que combinaba tradicionalismo, invisibilidad y una absoluta neutralidad institucional que logro el respeto absoluto de los quince primeros ministros, conservadores y laboristas que gobernaron en su nombre a lo largo de setenta años.

Uno de ellos, Clement Attlee, el socialdemócrata que construyó el estado de bienestar y neutralizó las veleidades de republicanismo en sus filas, escribió: “Todos los monarcas si están preparados para escuchar, adquieren a lo largo de lo años un considerable inventario de conocimientos sobre los hombres, y sobres los asuntos humanos. Y si tienen ademán y buen juicio, son capaces de ofrecer buenos consejos.” Según se desprende de las vagas alusiones de sus primeros ministros a los despachos con la reina, parece evidente que sus observaciones eran siempre muy atinadas y reflexionadas, evitando siempre la imposición del propio criterio. Su gran éxito ha sido saber mantener un distante simbolismo de misterio. Esa lejanía explica la devoción y el dolor tumultuoso que estamos viendo estos días alrededor de su féretro. Su figura se ha convertido en símbolo de la estabilidad de un país con profundas tentaciones de fragmentación. El mítico director del “The Economist”, Walter Bagedot, sostenía que la Constitución no escrita inglesa tenía dos ramas: la solemne por un lado y la eficaz por otro. La corona encarnaba la solemne y la eficaz la desempeñaban el Gobierno, el Parlamento y las distintas administraciones.

Resulta curioso y contradictorio que una reina rodeada por tantas brumas del misterio se haya convertido en el icono pop del Reino Unido, en la gran fuente de inspiración de sus artistas. El gran misterio es saber como lo ha logrado. Se escribirán muchos libros y profusos ensayos tratando de desentrañar ese misterio.

El abrumador legado de su madre recae ahora sobre su heredero Carlos III. Es una incógnita saber cómo lo gestionará. Su popularidad es mucho más baja de la que disfrutaba la difunta. Los ingleses no olvidaran su papel estelar en el divorcio y muerte de Diana, ni sus obscenas conversaciones con la actual reina Camila. Y lo que resulta más inquietante para el sistema es la tentación de querer influir en los poderes públicos como hizo en el pasado sobre temas de urbanismo, medio ambiente y ciertas medicinas. Sus súbditos rechazanestas injerencias, a pesar de que algunas de ellas conectaban con la opinión pública mas avanzada. En las diversas intervenciones públicas como rey prometió evitar cualquier opinión o deseo personal. Llega al trono con múltiples problemas, desde las desavenencias familiares a las tensiones separatistas en su reino de Gran Bretana y en los quince países que le reconocen como Rey, especialmente Canadá, Australia y Nueva Zelanda. En estos primeros días de reinado ha demostrado un carácter irascible, gruñón y autoritario a la hora de firmar su aceptación como monarca. El país se debate en una profunda crisis de identidad y en una fractura social provocada por el brexit. Dios salve al rey. Lo va a necesitar.

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