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Perú, el improvisado autogolpe del presidente

Pedro Castillo durante los últimos días, en Lima.
photo_camera Pedro Castillo durante los últimos días, en Lima.

Pedro Castillo, en sus inicios, era un maestro rural al que le preocupaban los temas sindicales y municipales

Todo fue muy confuso y pueden terminar siendo muy trágico. Me refiero al autogolpe de estado que acaba de dar el presidente peruano Pedro Castillo, horas antes de que el Congreso votara su destitución. Lleva 16 meses en el cargo y era la tercera vez que los parlamentarios votaban su reprobación. La de Perú es una Cámara muy especial. Está llena de políticos que defienden los intereses de empresarios y gremios, sin apenas preocuparse de los intereses generales. Los diputados han pasado los últimos meses discutiendo la destitución del presidente. Perú es un país desventurado, devorado por las intrigas y las conspiraciones insomnes. Un ambiente envenenado, irrespirable para un hombre que como Castillo nunca había soñado con ser presidente, ni con pisar las altas alfombras de los palacios de Lima. Puede decirse que Pedro Castillo llegó por casualidad. Fue así: el líder del partido “Perú Libre” era Vladimir Cerrón, un cirujano marxista de palabra brillante y amplia formación política. Aspiraba a la presidencia, pero la justicia impidió su candidatura y se vio obligado a buscar un sustituto de sí mismo. Lo encontró en las lejanías remotas de unos poblados andinos. Se llamaba Pedro Castillo, era un maestro rural con facilidad de palabra y preocupaciones sindicales y municipales, se había presentado para alcalde de su pueblo y había perdido. El cirujano Cerrón vio en Castillo a un hombre al que podía manejar, aunque nunca soñó que se convertiría en presidente, pero con los hombres ocurre lo mismo que con los países, en ocasiones, sucede lo inesperado.

El premio Nóbel Camilo José Cela comienza su novela “La familia de Pascual Duarte”, diciendo: “Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuéramos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte. Hay hombres a quienes les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas”. No cabe duda de que, desde hace años, Perú deambula por senderos de cardos y chumberas.

En su palacio limeño, rodeado de ministros radicales y algunos bastante fanáticos se sentía a disgusto, como se sentía a disgusto luchando por sobrevivir con los parlamentarios de forma descarnada. La mayoría de esos parlamentarios usan a los partidos para llegar al escaño, después los abandonan para luchar por sus propios intereses, de ahí la ineficacia de su gestión a la hora de legislar. El general retirado Roberto Chiabra, diputado por el partido derechista Alianza, de profundas convicciones patrióticas, reconoce abiertamente que las discusiones dentro de la Cámara están dominadas por intereses particulares. Chiabra es duro con el presidente Castillo, con los ministros y con los compañeros del Congreso. Los considera a todos incapaces y no le falta razón. Según los últimos sondeos, el 86% de los peruanos piensa lo mismo.

El ejecutivo de Castillo lleva 16 meses de inestabilidad. Ha cambiado cinco veces de gobiernos sin programas ni objetivos sólidos. La crisis económica es muy severa y de ahí el descontento generalizado. A su gabinete fue sumando personajes de aluvión, llegados desde las distintas gamas del espectro político, la mayoría radicalizados, tal vez por eso no lograron la paz política que pensaban y soñaban. El trasfuguismo es la característica dominante del actual Congreso, lo refleja el hecho de que la actual legislatura comenzó con nueve grupos parlamentarios y ahora tiene trece.

Al leer la prensa de Lima nos percatamos de que en la agenda del Congreso no hay planteamientos legislativos que respondan a las necesidades de los peruanos.

El pasado miércoles, 7 de diciembre, horas antes de que se votara su destitución; Castillo, en un golpe de audacia improvisado, sin preparación ni apoyos. Nadie estaba al corriente de lo que iba a suceder, ni siquiera las televisiones que iban a retrasmitir su mensaje a la nación conocían lo que iba a plantear. En las pantallas de todo el país apareció el presidente anunciando un toque de queda, la disolución del parlamento y de las instituciones democráticas y proclamó el estado de excepción. La sorpresa conmocionó los despachos oficiales. Los teléfonos sonaron enfebrecidos. El jefe de gabinete, Alberto Mendieta, la persona de su máxima confianza, acudió al despacho del presidente y le dijo: “Presidente ¿Qué ha hecho? Parece que la respuesta fue: “Era necesario por la democracia”. El ejército, sorprendido, siguió atentamente la sucesión de los hechos, negándose a intervenir.

Las siguientes horas fueron frenéticas. Un caos de acontecimientos. El Parlamento destituyo al presidente, lo detuvieron y un juez lo envió a la prisión donde se encuentra el expresidente Fujimori. Eligieron nueva presidenta a la vicepresidenta Dina Boluarte, una abogada de sesenta años a la que a comienzos de este año habían expulsado del partido “Perú Libre”, con ese motivo declaró: “yo nunca he abrazado el ideario de ese partido, aunque siempre he sido de izquierdas y lo seguiré siendo, pero de una izquierda democrática y no totalitaria-“

La flamante presidenta se presentó ante las cámaras de televisión tratando de distender el ambiente, anunció una nueva era de relaciones con la prensa y con la Cámara de diputados. Prometió también escuchar a los sindicatos y a los movimientos sociales. Para bajar la temperatura de la tensión prometió una convocatoria electoral para la primavera del año que viene. La calle tardó en reaccionar, pero al atardecer del primer día, los seguidores de Castillo salieron a la calle y le siguieron gentes de todos los movimientos y creencias. Los enfrentamientos con las fuerzas del orden se multiplicaron. Desde la celda donde está detenido a la espera de cual será la decisión de la justicia, Castillo ha pedido que se amplie la protesta ciudadana y a la policía que evite la represión. De momento se contabilizan ocho muertos y más de un centenar de heridos. La rebelión, en vez de decrecer, aumenta, y nadie sabe hasta dónde puede llegar. La desventura envuelve el destino de Perú.

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